lunes, 17 de abril de 2017

El culto para la vida (participar) - y IV

El culto para la vida nace de la liturgia como de su fuente. Es en la liturgia donde la Iglesia encuentra su razón de ser y como un movimiento de sístole-diástole, bombea vida, impulsando a todos los miembros del Cuerpo a un servicio santo en el mundo.





La participación interior en la liturgia dispone y orienta para una vida santa; no es un refugio afectivo, cálido, del que guarecerse, sino la casa común donde aprovisionarse para un largo camino que viene después. 


De ahí se sigue que se participa bien, interiormente en la liturgia, el corazón del fiel va poco a poco cambiando, recibiendo una configuración distinta, orientándonos para el ejercicio de nuestra santificación en la vida, en las obras santas. Poco servirá ese concepto secularista de "participar" entendiéndolo como "intervenir" en la liturgia, reduciendo y estrechándolo todo a una liturgia movida, activista, como si eso constituyese el todo.

En la liturgia, recibimos una "educación para la vida", pero no por el verbalismo de muchas palabras moralizantes, sino por la fuerza misma de la liturgia cuando se entrega el corazón a la acción de Dios. La liturgia nos conduce, transformándonos, a una vida santa:

a) modelada según la liturgia
b) unión profunda con Cristo
c) somos presencia de Cristo
d) "pneumatóforos" con una vida teologal
e) hacer la voluntad del Padre.

Un último rasgo será cómo la liturgia nos configura -al participar internamente, conscientemente en ella- para estar en el mundo sin ser del mundo, es decir, nos sitúa de un modo nuevo ante el mundo.



           f) En el mundo, sin ser del mundo

            El cristiano es enviado al mundo como testigo y apóstol, sal y luz, edificando el Templo vivo de Dios, ordenando las realidades temporales según el espíritu del Evangelio: “a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor" (LG 31). Referente al laicado, el Concilio Vaticano II enseñará:

            “Ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y santificación de los hombres, y para la función y el desempeño de los negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento” (AA 31).

            Para vivir así, insertos en el mundo aun cuando no se es del mundo, pero para transformarlo desde dentro, vivificándolo, la participación interior en la liturgia nos capacita. Oramos pidiendo: “haz que tu pueblo se adhiera a Jesucristo para que, a través de las tareas temporales, construya en la libertad tu reino eterno”[1] y así vivimos nuestro trabajo y obligaciones, con espíritu cristiano: “que nuestro trabajo de hoy sea provechoso para nuestros hermanos, y así todos juntos edifiquemos un mundo grato a tus ojos”[2]

          El trabajo es el medio normal de santificación; la santidad es ordinaria, y no hay que buscarla de modo extraordinario y en algunas ocasiones, sino constantemente en lo normal de la vida laboral y profesional, con sentido sobrenatural y ofrecida: “Tú que has dispuesto que el hombre dominara el mundo con su esfuerzo, haz que nuestro trabajo te glorifique y santifique a nuestros hermanos”[3].

            Queremos y deseamos la salvación del mundo, por la cual nuestro Señor se entregó amando hasta el extremo, y sentimos como nuestro el deseo de Cristo; “concédenos vivir tan unidos en Cristo, que fructifiquemos con gozo para la salvación del mundo”[4], ya que no buscamos el bienestar material y establecer un paraíso terrenal, sino la salvación, el Reino de Dios; no es la ideología lo que nos mueve, sino la fe en Dios. Nos mueve el interés de la salvación de todos: “gustemos los frutos de tu amor y nos entreguemos a la salvación de nuestros hermanos”[5]; “concédenos, ahora, fortalecidos por este sacrificio, permanecer siempre unidos a Cristo por la fe y trabajar en la Iglesia por la salvación de todos los hombres”[6]. Suplicamos al Señor al comenzar el día: “haz que busquemos siempre el bien de nuestros hermanos y los ayudemos a progresar en su salvación”[7], dilatando nuestro corazón con impulso misionero, evangelizador, oblativo también.

            Es la fuerza de los sacramentos la que nos impulsa a servir, concretamente, a los hermanos, sin largos discursos solidarios sino en gestos sencillos y cotidianos: “te pedimos, Señor, que el amor con que nos alimentas fortalezca nuestros corazones y nos mueva a servirte en nuestros hermanos”[8]. Seremos así signos claros del amor de Dios, constructores de la civilización del amor inaugurada por el amor de Cristo hasta la cruz.

            El servicio a los hermanos es siempre el gesto de cercanía, haciéndose prójimo; cada jornada es la ocasión propicia para que crezca el bien y se difunda. Así se lo pedimos al Señor en la liturgia de Laudes: “concédenos ser la alegría de cuantos nos rodean y fuente de esperanza para los decaídos”[9]; “haz que sepamos descubrirte a ti en todos nuestros hermanos, sobre todo en los que sufren y en los pobres”[10]; “haz que seamos bondadosos y comprensivos con los que nos rodean, para que logremos así ser imágenes de tu bondad”[11]. Como Jesús lavando los pies a los discípulos, en el máximo servicio y más expresivo (que se anticipa a la Cruz), también el cristiano es, sencillamente, un servidor de sus hermanos: “enséñanos, Señor, a descubrir tu imagen en todos los hombres y a servirte a ti en cada uno de ellos”[12].

            Estamos en el mundo pero como consagrados por el mismo Señor; le pertenecemos a Él porque nos ha elegido, nos ha ungido con su Espíritu Santo en la Crismación y nos envía. De esa forma, nuestro estar ante el mundo tiene un rasgo propio, el de la consagración bautismal y por eso hemos de vivir como quienes pertenecen, no al mundo, sino a Dios: “que nosotros vivamos consagrados a ti, sobre todas las cosas”[13] y esta consagración será servir al Señor con conciencia pura, alma limpia: “tú que nos has alimentado, Señor, con el pan de los ángeles, concédenos servirte con una vida pura”[14]. A Él, porque le pertenecemos, le consagramos todas las cosas y todo nuestro tiempo: “Señor, Sol de justicia, que nos iluminaste en el bautismo, te consagramos este nuevo día”[15].

            Somos servidores del Señor, siervos del Señor como la Virgen María –la esclava del Señor- que son conscientes de lo que son: “siervos inútiles somos; hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10), pero sirven “al Señor con alegría” (Sal 99). La Eucaristía vivida y participada interiormente configura la vida entera en un servicio al Señor, ofreciendo una impronta eucarística toda nuestra existencia ya que la Eucaristía, y la liturgia entera, nos conforman con Cristo: “concédenos realizar mediante una vida entregada a tu servicio, el misterio que ahora celebramos”[16], “podamos servirte en la tierra con caridad sincera”[17].

            Cada nueva jornada se renueva esta conciencia profunda del servicio al Señor: “al comenzar este nuevo día, pon en nuestros corazones el anhelo de servirte, para que te glorifiquemos en todos nuestros pensamientos y acciones”[18] porque es Dios mismo quien nos llama a servirle allí donde estamos, en los ámbitos concretos de nuestra vida normal, pero con una vocación de santidad y de servicio a los hombres: “Ya que nos llamas hoy a tu servicio, haznos buenos administradores de tu múltiple gracia en favor de nuestros hermanos”[19].


[1] OP, Por la Iglesia, D.
[2] Preces Laudes, Lunes III del Salterio.
[3] Preces Laudes, Martes IV del Salterio.
[4] OP, V Dom. T. Ord.
[5] OP, S. Francisco de Asís, 4 de octubre.
[6] OP, San Juan de la Cruz, 14 de diciembre.
[7] Preces Laudes, Lunes II del Salterio.
[8] OP, XXII Dom. T. Ord.
[9] Preces Laudes Martes I del Salterio.
[10] Preces Laudes Miérc. I del Salterio.
[11] Preces Laudes Jueves I del Salterio.
[12] Preces Laudes, Sábado II del Salterio.
[13] OF, San Carlos Luanga, 3 de junio.
[14] OP, San Luis Gonzaga, 21 de junio.
[15] Preces Laudes Sábado I del Salterio.
[16] OF, Misa vespertina S. Juan Bautista, 24 de junio.
[17] OP, Santa Marta, 29 de julio.
[18] Preces Laudes, Jueves III del Salterio.
[19] Preces Laudes, Lunes IV del Salterio.

1 comentario:

  1. "ya que no buscamos el bienestar material y establecer un paraíso terrenal". No debemos buscarlos porque las cosas materiales tienen su puesto inferior al de las espirituales y nos pueden separar de éstas, y Dios puso un ángel a la puerta del paraíso para impedir la entrada.

    En esta Iglesia de hoy parece, a veces, que se quiere tender a establecer un paraíso terrenal ¡Qué gran error!

    Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya (de las antífonas de Laudes).

    Feliz y santa Pascua.

    ResponderEliminar