viernes, 22 de abril de 2016

Entusiasmo para el canto litúrgico

Los años de la reforma litúrgica postconciliar, o de la renovación de la liturgia en celebración, en su teología, en su espiritualidad, fueron acompañados y guiados por la palabra del Papa Pablo VI.

El canto litúrgico también recibió orientaciones concretas y claras, aunque luego la práctica y la secularización, penetró claramente en este terreno musical, permitiendo melodías, ritmos y letras discordantes, chocantes, estridentes, para lo que es el Misterio vivido y celebrado en la liturgia.

Aún hoy seguimos con muchas deficiencias en este terreno, y todavía hoy necesitamos líneas claras, palabras veraces, que reorienten la música y el canto litúrgico, sin convertirlo en un concierto sacro estando todos mudos en la iglesia, ni convirtiendo el canto en algo no ya popular, sino populista y divertido (el otro extremo).

Quedémonos con las palabras de Pablo VI:



"Nos congratulamos con vosotros sobre todo porque sabéis emplear vuestras cualidades musicales y vuestra preparación artística no sólo para vuestra satisfacción y la de cuantos os escuchan, sino también para el servicio de la liturgia, la convertís, por tanto, en un instrumento para la gloria de Dios, en una expresión y en una profesión de fe.

Vosotros deseáis escuchar la palabra del Papa; y esta palabra no puede ser otra cosa que el eco de lo que la Iglesia -por medio de la Constitución conciliar sobre la sagrada liturgia y por medio de las diversas instrucciones consecutivas, en particular por medio de la dedicada a la Música sagrada, de 5 de marzo de 1967- ha declarado recientemente sobre las relaciones entre música y liturgia y sobre la función que vosotros, como capillas musicales, estáis llamados a desempeñar para dotar la celebración de los Santos Misterios de esplendor y devoción cada vez mayores.

Canto y liturgia

Del examen de estos documentos se deduce claramente que, también hoy, la misión que la Iglesia confía  la música -a quien la compone y a quien la interpreta- es, la misma de siempre, una misión de gran nobleza y de finalidad altísima: se trata de dar expresión a formas de belleza, que, en el interior de la celebración litúrgica, acompañan el desarrollo de los sagrados ritos y revisten con la conmoción y  la fusión del canto las diversas expresiones de la plegaria de la Iglesia. Por medio de la música, irradia sobre la santa asamblea, congregada en nombre de Cristo, como el resplandor de la misma faz de Dios; los corazones, ayudados por la potencia inmaterial del arte, se elevan con mayor facilidad hacia el encuentro purificador y santificador con la realidad luminosa de lo Sagrado, y de esta manera se preparan a celebrar con las mejores disposiciones el misterio de la salvación, participando íntimamente en sus frutos.

Por estas razones, los documentos citados han dejado espacio libre para toda clase de capillas musicales: desde las mayores, que se dan en las grandes Basílicas, en las artísticas catedrales, en los monasterios históricos, hasta las modestas "scholae" de las iglesias menores (cf. Musicam sacram, n. 19; AAS, 59, 1967, p. 306); más aún, para que en ninguna celebración litúrgica falte el canto, la instrucción sobre la Música sagrada ha exhortado -en el supuesto de que no se tenga a disposición ni siquiera una pequeña "schola"- "a que haya por lo menos uno o dos cantores para interpretar los cantos, aunque se trate de cantos sencillos, destinados a fomentar la participación del pueblo; esos cantores deberán guiar y sostener debidamente a los fieles" (ib., n. 21; loc. ict. p. 306-307).

Tradición y adaptación

Así pues, vuestra presencia se requiere en todos los niveles; nada resulta extraño a vuestra capacidad, a vuestro gusto, a vuestra buena voluntad, ni siquiera fuera de las interpretaciones que os empeñan globalmente, par ala aportación que cada uno puede prestar a la propia iglesia y a la propia parroquia. Por ello, vuestra función sigue siendo muy valiosa más aún insustituible: baste con recordar que la citada instrucción ha afirmado solemnemente que, como consecuencia de las normas conciliares acerca de la reforma litúrgica, el papel del coro o de la capilla de música o de la "schola cantorum" "ha tomado aún mayor importancia y eficacia" (ib. n. 19; loc. cit. p. 306). 

Realizad esta misión con alegría, con amor, con respeto, con entrega; el campo dentro del que pueden moverse vuestras ejecuciones es vastísimo, puesto que, si bien es de desear que toda la asamblea participe con el canto en los sagrados ritos, es, por otra parte, realista considerar que la "schola" tiene una función preeminente en el campo musical, porque sólo ella puede ofrecer una ejecución convincente de los cantos más solemnes, como son los procesionales del introito, del ofertorio, de la comunión, y los versículos del salmo responsorial. Pero al mismo tiempo no debéis separaros de las necesidades del rito ni desentenderos de las exigencias del pueblo fiel; no os encerréis  -Dios no lo quiera- en la complacencia narcisista de vuestras posibilidades canoras y de vuestra habilidad artística: debéis saber, en cambio, guiar realmente la asamblea, tal como quiere la Instrucción, animando su canto, educando su gusto, estimulando a porfía su participación activa. Prestad solemnidad, infundid alegría, imprimid cohesión a las celebraciones sagradas: será éste un servicio valiosísimo que vosotros ofreceréis a la Iglesia, y en particular al clero, y a las asambleas solemnes; un servicio al que debéis tender con todas vuestras posibilidades.

Y también sabréis encaminar por esta línea de servicio todo lo que afecta a vuestro repertorio: él constituye un tesoro inestimable de historia, de arte y de fe, que la Iglesia ha apreciado siempre tanto por su aspecto de expresión artística como por su aspecto de elemento de vida espiritual. Sin embargo, no todo puede utilizarse en estos tiempos. La parte más importante de este patrimonio debe permanecer en el repertorio de las capillas musicales; con este fin, es necesario adaptarlo a las nuevas exigencias litúrgicas y en los casos en que ello no fuera posible, se empleará en las paraliturgias [sic], en las celebraciones de la Palabra de Dios, en las vigilias bíblicas, o en ejecuciones musicales extraordinarias, desvinculadas del rito, etc., tal como sabiamente da a entender la Instrucción (ib., n. 46 y 53; loc. cit., pp. 313-316).

El canto, expresión de alegría pascual

En lo tocante al repertorio en las lenguas nacionales, algunos países se hallan en los primeros pasos, y se ofrecen a los músicos, a los compositores, a los cantores de generaciones futuras posibilidades ilimitadas en el esfuerzo por conjuntar de una parte todos los recursos de la técnica musical de las capillas y de otra la facilidad de los modos que hay que proponer al pueblo. La genialidad de los artistas ha empezado ya a enfrentarse con estos nuevos problemas: corresponde a vosotros interpretar sus producciones, que, cuando responden a las normas directivas de la Iglesia y a las exigencias del arte, hay que aceptar con buena voluntad a fin de dar comienzo al gran trabajo que espera a la música sagrada, en particular cuando entre en vigor el nuevo misal romano, con aquellas partes que tanto enriquecerán el patrimonio litúrgico tradicional.

Es necesario saber acoger con humildad y libertad interior todo lo que es nuevo, aun si es necesario separándose de aquellas costumbres que alguien querría calificar de tradición inmutable de la Iglesia, pero que no son tales; dentro de este espíritu de apertura, de disponibilidad, de adaptación, se expresa aquella finalidad ministerial a la que, como hemos dicho, habéis sido llamados y que confiere a vuestras actuaciones un mérito altísimo.

Os acompaña en vuestros esfuerzos nuestro afectuoso aprecio y nuestro cordial apoyo: el Papa os estima, porque vosotros sois la expresión sensible de la alegría pascual, que debe empapar todos los ritos del año litúrgico. Sed irradiadores de la alegría, irradiadores de la plegaria, irradiadores de la bondad: y vuestro canto subirá hasta Dios como digna expresión del culto que le es debido y de la armonía interior que él mismo exige. De esta manera pondréis en práctica las espléndidas palabras de San Ambrosio de Milán al que debe tanto la música litúrgica occidental: el canto de los salmos, decía él, "es bendición del pueblo, alabanza de Dios, celebración de la asamblea, armonía universal, palabra de todos, voz de la Iglesia, profesión canora de la fe, devoción plena de prestigio, alegría de libertad, clamor de contento, exultación de gozo. El canto amansa la irritación, aplaca las ansias, aleja las penas... Se canta para gozarse y se aprende para creer" (Enar. in Ps., 1, 9; PL 14, 968).

Sea también éste vuestro programa, que os guíe como una luz matutina, como una melodía ininterrumpida, hasta la posesión de Dios, en la armonía eterna y en la plenitud de gozo de su Reino celestial, "cuyos únicos límites son el amor y la luz" (Dante, Paradiso, 28,54)” (Pablo VI, Disc. a un Congreso y a los Pueri cantores, 6-abril-1970).

1 comentario:

  1. Un canto es litúrgico en cuanto sirve a la celebración comunitaria, nos pone en comunicación con Dios y con el misterio que celebramos. Los cantos deben tener calidad musical y letra litúrgica, que los fieles los conozcan y canten. Como los cantos son pertenencia de la comunidad, deben ser bien conocidos y ensayados previamente. La celebración litúrgica es una acción de todo el pueblo presidido por los ministros, el coro no debe usurpar, sino animar, el papel del pueblo en las aclamaciones de la asamblea.

    Jerusalén, ciudad de Dios, brillarás con zafiros y esmeraldas. Aleluya (de las antífonas de Laudes

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