sábado, 2 de abril de 2016

El antes y el después (Cuaresma y Pascua - textos)

Primero fue el Triduo pascual, después su prolongación en cincuenta días, el tiempo pascual o de pentecostés (porque pentecostés significa cincuenta) y finalmente existió la Cuaresma como preparación.


Era tal y tan grande la importancia de las siete semanas pascuales, que la Iglesia creó un tiempo específico de preparación más intensa. De este modo, la Cuaresma no es un fin en sí misma,  un tiempo cerrado en sí, sino una introducción, una preparación, para aquello que realmente es importante y vital: los cincuenta días de Pascua.

La evolución posterior, y el influjo de lo devocional sobre el espíritu de la liturgia, hizo que la Cuaresma fuera intensísima, cargada además de ejercicios piadosos y devocionales, pero llegada la Pascua no se sabía muy bien cómo vivirla ni qué hacer, perdiendo su importancia poco a poco, y llenando este tiempo largo de fiesta con nuevos añadidos devocionales (el "mes de mayo").

Aún hoy, tras una Cuaresma bien vivida, que en las parroquias y comunidades cristianas es sumamente cuidada, inculcada, programada pastoralmente, la cincuentena pascual aparece como un tiempo casi sin contenido propio. Apenas nada se hace que destaque lo específico de la Pascua y le dé el color especial que le es propio (no hay canto diario del "Aleluya", tampoco sobreabundan las flores, ni el cirio pascual es destacado por su luz y su exorno, rara vez se distribuye la Comunión con las dos especies).

Si nos sumergimos en la Tradición hallaremos una Cuaresma sumamente austera y penitente, nada relajada, de ayuno estricto. Pero también hallaremos las notas propias de los cincuenta días pascuales, destacadas, brillantes.


"Celebrando, pues, la fiesta del tránsito, nos esforzamos por pasar a las cosas de Dios, lo mismo que en otro tiempo los de Egipto atravesaron el desierto...

Antes de la fiesta, como preparación, nos sometemos al ejercicio de la Cuaresma, imitando el celo de los santos Moisés y Elías; respecto a la fiesta misma, nosotros la renovamos por un tiempo que no tiene límites. Orientado, pues, nuestro camino hacia Dios, nos ceñimos los lomos con la cintura de la templanza; vigilamos con cautela los pasos del alma, disponiéndonos, con las sandalias puestas, para emprender el viaje de la vocación celeste; usamos del bastón de la palabra divina, no sin la fuerza de la oración, para resistir a los enemigos; realizamos con todo interés el tránsito que lleva al cielo, apresurándonos a pasar de las cosas de acá abajo a las celestes, y de la vida mortal a la inmortal...


Después de Pascua, pues, celebramos pentecostés durante siete semanas íntegras; de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua. El número seis indica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la Cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo" (Eusebio de Cesarea, De sollemnitate paschali, 2.4.5).

La Cuaresma, con sus ejercicios, simboliza bien la vida terrena, difícil y ardua, expresada en el número de 6 semanas; la Pascua, con sus 7 semanas es el símbolo del descanso feliz, de la bienaventuranza eterna.

Todo esto vivido es marcado por la señal de la Pascua, es decir, del tránsito: pasamos de lo terreno a lo celestial, del pecado a la gracia. Es el momento de pasar a "las cosas de Dios".

Las siete semanas de Pascua, con el descanso, el cese del ayuno, el canto del Aleluya, el clima festivo y solemne de la liturgia, nos anticipan así el futuro, lo escatológico y la vida del cielo.

Necesitamos siempre vivir bien la Cuaresma, reflejo de la vida misma con sus lágrimas, pero igualmente necesitamos vivir bien los cincuenta días de Pascua, recuperando su simbolismo celestial y su esplendor litúrgico.

1 comentario:

  1. El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo (2 Cor). "Estar en Cristo": frase feliz acuñada y repetida por Pablo resume todo el misterio de la pascua. No sólo anunciamos que Cristo vive, sino que Cristo vive en mí o que yo vivo en Cristo, un amor más fuerte que la muerte que consume todas las ataduras, libertad definitiva, la paz y la perfecta alegría.

    Tú que por medio de tu Hijo resucitado has derramado sobre el mundo tu Espíritu Santo, enciende nuestros corazones con el fuego de este mismo Espíritu, (de las Preces de Laudes).

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