lunes, 3 de noviembre de 2014

Ser y misión del laico (I)

La naturaleza del fiel seglar, su vocación y su misión, así como su inserción y lugar propio en la Iglesia, vienen determinadas por la impronta del Bautismo y de la Confirmación. Es importante descubrirlo, es necesario reconocerlo.

La Iglesia, con el Concilio Vaticano II, ha pronunciado palabras importantes sobre el laicado, no atribuyéndole nada que antes no tuviera o no fuera, sino impulsando a vivir con hondura y señalando el horizonte hacia el cual encaminarse. Han sido palabras -en sus documentos- de ánimo, estímulo y envío.


Tampoco ha sido una inversión de la Iglesia misma, ni mucho menos, otorgando una ficticia independencia "a la base" en palabras tan manejadas, oponiendo "la base" a la jerarquía. El laicado está en la Iglesia, es parte vivísima de la Iglesia y la jerarquía, o sea los pastores legítimamente constituidos, son los responsables de la guía pastoral de la Iglesia sin pretender crear una división de clases, una lucha de clases y una oposición nada evangélica.

Catequesis ésta sobre el laicado para considerar la naturaleza y la dignidad del fiel laico correctamente sin desviaciones ni reduccionismos ideológicos ni prejuicios provenientes de la secularización.

"En el curso de esta breve conversación nos parece indispensable resumir algunas afirmaciones fundamentales, lo que la Iglesia piensa de vosotros, queridos seglares católicos. Como los navegantes, en el curso de su itinerario a través de la inmensidad del mar, “fijan el rumbo”, es decir, determinan su posición y su orientación, así también nos parece que vuestro tercer Congreso mundial requiere que se pongan en evidencia las adquisiciones doctrinales proclamadas por la Iglesia en esta fase más reciente de su historia, y especialmente en el Concilio Vaticano II.

Reconocimiento solemne de la Iglesia a los seglares

No se trata de cosas nuevas, pero sí de cosas ciertas, importantes, y, para vosotros que las escucháis y las meditáis aquí, cosas fecundas y de una inmensa riqueza vital. He aquí la primera: la Iglesia ha tributado al seglar, miembro de la sociedad a la vez misteriosa y visible de los fieles, un reconocimiento solemne. He ahí, permítasenos la palabra, una antigua novedad. La Iglesia ha reflexionado sobre su naturaleza, sobre su origen, sobre su historia, sobre su aspecto “funcional”, y ha dado la más digna y rica definición del seglar que a Ella pertenece: le ha reconocido como incorporado a Cristo, sin desconocer, por ello, su característica peculiar, que es la de ser un hombre de este siglo, un ciudadano de este mundo que se ocupa de las cosas terrestres, que ejerce una profesión profana, que tiene una familia, que se entrega, en todos los dominios, a los estudios y a los intereses temporales.

La Iglesia ha proclamado la dignidad del seglar, no solamente porque es hombre, sino también porque es cristiano. Le ha declarado digno de ser, en la forma y medidas convenientes, asociado a las responsabilidades de la vida de la Iglesia. Le ha juzgado capaz de dar testimonio de su fe. Ha reconocido al seglar –hombre y mujer- plenitud de derechos: derecho a la igualdad dentro de la jerarquía de la gracia; derecho a la libertad en el cuadro de la ley moral y eclesiástica; derecho a la santidad conforme al estado de cada cual.

Se diría incluso que la Iglesia se ha complacido, en cierto modo, en manifestar esta doctrina sobre el laicado: tan numerosas son las expresiones que sobre este tema se leen, se repiten, se entrecruzan en varios de los documentos conciliares. Y si puede decirse que en sustancia la Iglesia siempre había pensado así, hay que reconocer que jamás se había expresado con una insistencia semejante, con una amplitud igual.

De buena gana, pues, Nos os repetimos aquí este reconocimiento del seglar, en la Iglesia de Dios, feliz de confirmar las palabras del Concilio; feliz de ver en ellas el resultado de un proceso teológico, canónico y sociológico, deseado desde mucho tiempo atrás, y por numerosos espíritus clarividentes; feliz de fundar sobre él las esperanzas de una iglesia auténtica, rejuvenecida, hecha más apta para cumplir su misión de salvar al mundo en Cristo.


Lo que pueden y deben hacer los seglares

Pero todavía no está todo dicho, queridos hijos e hijas, cuando se ha reconocido y proclamado lo que vosotros sois en la Iglesia de Dios. Hay que reconocer y proclamar también lo que podéis y debéis hacer, lo que vosotros, católicos consagrados por propia voluntad al apostolado, hacéis ya efectivamente. Y henos con esto en el meollo de la cuestión, en la definición misma de vuestro ideal y de vuestros esfuerzos, en lo que el mundo entero puede leer en el título de vuestros Congresos: el apostolado de los seglares.

Aquí nuestro apuro es grande: pues Nos no sabríamos deciros de otro modo lo que el Concilio ha proclamado, con una incomparable autoridad y con fórmulas muy estudiadas, notables al mismo tiempo por la precisión y por la riqueza de su contenido.

El principio básico se halla establecido –y ello indica ya suficientemente su importancia- en el texto mismo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia. “Los seglares –leemos allí- congregados en el Pueblo de Dios y constituidos en el único Cuerpo de Cristo, bajo una sola cabeza, son llamados, cualquiera que sean, a cooperar con todas sus fuerzas como miembros vivos al crecimiento de la Iglesia y a su continua santificación… Así, pues, incumbe a todos los seglares la noble empresa de colaborar para que el divino designio de la salud alcance más y más a todos los hombres de todos tiempos y de todas las tierras” (LG, n. 33).

La Iglesia, pues, reconoce como veis, al seglar, no sólo como fiel, sino también como apóstol. Y abriendo ante él un campo casi ilimitado, le dirige con confianza la invitación de la parábola evangélica: “Id vosotros también a trabajar a mi viña” (Mt 20,4). Este trabajo será múltiple y diversificado. El Decreto conciliar sobre el apostolado de los seglares a su vez, después de haber sentido firmemente el principio de que “la vocación cristiana es también, por naturaleza, vocación al apostolado”, consagra dos capítulos enteros a detallar los “diversos campos” y los “diversos modos” de este apostolado. Estos textos os serán seguramente familiares. Baste haberlos mencionado para reforzar en vuestras almas, queridos hijos y queridas hijas, la convicción inquebrantable de la realidad de la llamada que la Iglesia os dirige en este mediar del siglo XX; de la amplitud de las responsabilidades que Ella os invita a asumir para hacer avanzar el Reino de Cristo entre vuestros hermanos, para ser plenamente, tal como os invita el tema de vuestro Congreso, “el Pueblo de Dios en el itinerario de los hombres”. 

(Pablo VI, Disc. al III Congreso mundial del Apostolado seglar, 15-octubre-1967).


Releamos atentamente la catequesis y parémonos en los puntos subrayados. Bien entendidos y asimilados, nos libraríamos de la concepción secularista del laicado dentro de la Iglesia que tantas veces se ha enseñado y se ha potenciado otorgando a los seglares funciones en la Iglesia de tal magnitud que reducían al mínimo su acción social-cristiana en el mundo y convertían el ministerio ordenado, en última instancia, en un dispensador de servicios sacramentales casi sin voz ni voto ni función de regir al pueblo cristiano.

4 comentarios:

  1. Como laico, puedo señalar que no es sencillo tener clara la misión dentro de la Iglesia. A veces nos encontramos andando por el desierto donde nadie quiere ir, como Llaneros Solitarios. Otras, vamos apretujados dentro del rebaño, casi sin saber hacia donde nos llevan. Si sacas el hocico, buscando aire, te dan un mandoble de cuidado.

    Seguiré la serie de post sobre la misión del laico,... seguro que aprendo mucho. Feliz inicio de semana D. Javier :)

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  2. Yo sí veo clara mi misión dentro de la Iglesia: formarme cada vez más y mejor, intensificar mi vida de oración y unión con Cristo para purificar mi corazón, ser consciente de mis actos y de sus causas próximas y remotas en orden a lo mismo, purificar el corazón; formar a mis hijos en la fe y dar testimonio tanto en mi trabajo como en mis relaciones sociales.

    Más difícil veo la labor de apostolado organizado: 1º porque las personas que no tenemos una gran tendencia grupal percibimos, que nadie se ofenda por favor, los movimientos eclesiales actuales como ambientes encerrados en sí mismos en los que, por dicho motivo, no estamos dispuestos a integrarnos. 2º Porque el apostolado organizado desde la parroquia es inexistente salvo excepciones que sin duda habrá. 3º Porque, incluso, si intentas participar en programas ya organizados de lo que se denomina “caridad” (Jesús abandonado, Manos Unidas…) y te ofreces para ello te suelen mirar como un intruso que “algo” les va a quitar.

    Que los seglares, en una abundante mayoría, optaran antes del Concilio Vaticano II por creer que la santidad era cuestión de curas y monjas se debía sobre todo a una falta de formación y en el peor de los casos a una “gran cara dura”. Por ello, una de las percepciones mejores del Concilio fue intentar que los laicos o seglares fueran conscientes de su misión y de la inmensa importancia de ella ya que el sacerdote o el obispo no pueden llegar a nuestros lugares de trabajo, de relaciones sociales, de familia. En ese sentido dice la entrada que no se atribuyó al laico nada que no tuviera ya pero le alentó a dar testimonio de lo que era o debía ser.

    La tristeza que me produce este tema es que el problema de ausencia de testimonio que pudiera existir antes del Concilio y al que éste intentó poner coto no se ha solucionado, sino que se han creado problemas de otra índole. Muchos laicos han cogido el rábano por las hojas y, en vez de asumir su responsabilidad de dar testimonio de su fe en el mundo, se han “refugiado en las sacristías” en distintos modos de participar en la liturgia u otras actividades internas, cosas que, además, no siempre hacen bien. Otros han interpretado la llamada de atención que hace el Concilio como si la plenitud de derechos a que alude la entrada significara que ya no existe ninguna diferencia entre ser sacerdote o no, entre ser monja de clausura o madre de familia. Y no es así. No hay diferencia en cuanto que por ambos caminos se puede llegar a la santidad pero si hay diferencia en cuanto a nuestro lugar en la Iglesia y las distintas responsabilidades dentro de la misma. Como ven, una de las cosas que más me molesta es la clericalización del laicado. Y nos queda, a mi juicio (repito: sin intentar molestar a nadie), el tercer grupo que se ha encerrado en grupitos con “sus especialidades” y el cuarto que corresponde a los católicos Light.

    Danos, Señor, la firme voluntad, compañera y sostén de la virtud, que sabe en la fatiga hallar quietud y en medio de las sombras claridad (del himno de Nona).

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  3. Comparto todo lo que señala Julia María. Creo el problema que subyace en todo esto es la tendencia a vivir el cristianismo de forma light, aparente, social, cultural,... Cuando alguien pisa un poco el "acelerador" se da cuenta que las rudas patinan, porque el firme es de arena. No somos cristianos fundamentados no queremos serlo. Nos podrían llamar fundamentalistas y eso está muy mal visto.

    Nos queda el camino personal hacia la santidad y disfrutar, de lo que se pueda, de la comunidad de fe en la que vivimos. Por eso comentaba que, al final, terminamos interpretando el papel de Llaneros Solitarios.

    Feliz día :)

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    1. Me ha hecho reír Néstor, después de un día terrible de follones en el trabajo. Si hubiera visto vd. por un agujerito la cantidad de veces que personas católicas me han considerado fundamentalista y la cantidad de veces que me lo han dicho más o menos claramente. Sí, tiene vd. razón, yo muchas veces me he sentido (y me siento) como el Llanero Solitario.

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