lunes, 10 de octubre de 2011

Eucaristía y sufrimiento personal (De Lubac)

La Eucaristía nos incorpora a la unidad de la Iglesia y el contenido último de la Eucaristía es la unidad de la Iglesia. En la Eucaristía hallamos el ancla que nos permite permanecer en la Iglesia cuando las tormentas y tempestades zarandean la barca de nuestra vida, haciendo que por nada del mundo nos apartemos de la Iglesia, o nos desviemos, aunque muchas cosas del tejido humano de la Iglesia misma nos esté provocando daño, decepción o incluso persecución.

La obra "Catolicismo", de Henri de Lubac, escrita años antes de sus pruebas y silencio impuesto por determinados superiores de la Compañía (a partir de 1950), sin condena formal de nadie, muestra la categoría espiritual de De Lubac, por la que luego podemos entender la forma sufriente, sosegada y silenciosa al ser considerado sospechoso. Ya aquí habla del necesario sufrimiento para edificar la Iglesia y crear la unidad. Después de explicar que el grano de trigo debe ser enterrado y pudrirse en tierra para ser fecundo, y que luego debe ser triturado en el molino y amasado para formar el pan que será el Cuerpo, dirá:
"Hay que notar el papel esencial que, a este fin, juega el sufrimiento. Es el crisol de la unidad. El que no quiere quedar solitario debe aceptar el ser triturado. ¿No es la Eucaristía, por lo demás, el Memorial de la Pasión? Era natural que los granos de trigo de que está hecho el pan de la Ofrenda fueran relacionados con ese otro grano del que dijo el Salvador que si caía en tierra y moría, llevaría el ciento por uno. La maravillosa fecundidad de ese Grano divino, que queda en el seno de la tierra hasta el tercer día ¿no consiste en una multiplicación que perpetuamente retorna a la unidad?” (Catolicismo, p. 69s).

La Eucaristía ilumina el propio sufrimiento uniéndolo al Sufrimiento del Redentor, al Sacrificio pascual de Cristo. La Ofrenda de Cristo al Padre incluye la propia ofrenda de la vida, con sus decepciones, sus pesares, y las situaciones, a veces inexplicables humanamente, de confusión y persecución. La vida queda iluminada por la Eucaristía.
Al mismo tiempo, la Eucaristía, sustentando a quien sufre y padece a veces persecuciones en el seno mismo de la Iglesia (éstas son las más dolorosas por lo que conlleva de incomprensión), logra que el amor a la Iglesia no se debilite ni se enfríe. Lo sabe quien ha sido probado, lo saben los santos muchas veces probados por otros superiores, un obispo o un Papa.

Las palabras de De Lubac, que son realmente sublimes, marcan el tono y dan la pauta para vivir eucarísticamente estas situaciones de incomprensión o persecución uniéndose a Cristo en la Eucaristía. De lo mejor que se ha escrito sobre eclesialidad:

“Puede suceder que nos desilusionen muchas cosas que forman parte de la contextura humana de la Iglesia. Como también que, sin que tengamos la menor culpa, seamos profundamente incomprendidos en ella. Y lo que es más, puede darse el caso de que tengamos que padecer persecución en su seno. No es un caso inaudito, aunque hemos de evitar el aplicárnoslo presuntuosamente. Y si el caso se diera, sepamos que lo que más vale es la paciencia y el silencio amoroso. No tendremos que temer el juicio de los que no alcanzan a ver el corazón y estaremos seguros de que nunca la Iglesia nos da mejor a Jesucristo que en estas ocasiones en que nos brinda la oportunidad de ser configurados a su Pasión. Nosotros continuaremos sirviendo con nuestro testimonio a la Fe que ella no cesa de predicar. La prueba será más pesada si no viene de la malicia de algunos hombres, sino de una situación que puede parecer inextricable; porque en este último caso no basta con sobreponerse a ella el perdón generoso ni el olvido de la propia persona. Considerémonos, sin embargo, dichosos, ante “el Padre que ve en lo secreto”, de participar de esta manera de aquella Veritatis unitas que imploramos para todos el día de Viernes Santo. Considerémonos entonces dichosos si conseguimos al precio de la sangre de nuestra propia alma aquella experiencia íntima que prestará eficacia a nuestros acentos cuando tengamos que sostener a algún hermano vacilante, diciéndole con san Juan Crisóstomo: “¡No te separes de la Iglesia! Ningún poder tiene su fuerza. Tu esperanza es la Iglesia. Tu salud es la Iglesia. Tu refugio es la Iglesia. Ella es más alta que el cielo y más dilatada que la tierra. Ella nunca envejece: su vigor es eterno”” (De Lubac, Meditación sobre la Iglesia, p. 171).
 ¡Ojalá la Eucaristía nos dé semejante amor a la Iglesia, permanencia fiel y amorosa!

9 comentarios:

  1. Me gusta mucho esta entrada. Me parece la actitud de los santos frente al dolor y el sufrimiento. No por coincidencia, está publicado en un espacio eucarístico.

    Gracias, bendiciones

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  2. “¡No te separes de la Iglesia! Ningún poder tiene su fuerza. Tu esperanza es la Iglesia. Tu salud es la Iglesia. Tu refugio es la Iglesia. Ella es más alta que el cielo y más dilatada que la tierra. Ella nunca envejece: su vigor es eterno”

    Realmente la eucaristía nos une para conformar la Iglesia. Si nos separamos de Ella, no podemos esperar más que la soledad de quien anda perdido en el páramo.

    Un abrazo en el Señor :)

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  3. Muy bien. Gracias por el artículo y por recordarnos estas enseñanzas.

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  4. Don Javier, el post me conmueve porque yo todavía no he logrado entender la enumeración de las características de la caridad que hace san Pablo: todo lo cree, lo espera, lo excusa, lo soporta. Cuando hablar, cuando callar y hacerlo todo con paz, con la paz de Cristo.


    ¡Qué Dios les bendiga!

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  5. Buenos días don Javier. Espero y pido a san José poder decir que muero al modo teresiano; como hijo de la Iglesia.Un abrazo.

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  6. La experiencia del dolor es más honda, más aguda, más conflictiva, cuando por ser fiel, puede venir del entramado de la Iglesia misma, en sus hombres, en las personas que la conforman.

    Son terribles esas circunstancias enredosas en las que uno se puede ver envuelto en la misma Iglesia, sintiendo que la Iglesia no lo quiere. Entonces, en la prueba, se hace fecunda la Eucaristía en la propia vida.

    pax

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  7. Siempre disfruto con sus entradas....Amo cada dia mas a mi Madre la Iglesia...y todo lo que recibo de ella.....no quiero jamas apartarme de ella y dar mi vida por ella, es lo que me levanta cada dia....me siento privilegiada de ser hija suya y con mi vida la quisiera dejar siempre dignificada.

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  8. Amo intensamente a la Iglesia, MI MADRE por la que me alimento y vivo cada día. Y jamás he tenido la
    tentación de dejarla, por dudas o por cruces que
    he encontrado en el apostolado, ( convivencia.)
    Me siento orgullosa de ser hija de la Iglesia.
    ¡Bendiciones!.

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  9. Las injusticias y las persecuciones y las ingratitudes son también, no le quepa duda, castigos medicinales por nuestros pecados.

    Y hemos de amar el sufrirlos,

    porque así el Señor nos depura y nos hace ver la miseria de nuestras torpezas,

    y la maravilla divina y sanadora de su esplendor.

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