5. La moderación y el equilibrio en
todo lo que resulta placentero, es la virtud de la templanza. Esta virtud, muy
poco valorada, modera la inclinación de la carnalidad, de lo instintivo que hay
en el hombre, a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto,
conteniendo esta inclinación dentro de los límites de la razón iluminada por la
fe, haciendo de nuestro comportamiento algo humano, razonable y moral, y no
desenfrenado, cegado por los instintos como si fuésemos animales embrutecidos.
La moderación en todo, la sobriedad,
el equilibrio, en definitiva, la templanza, modelan al creyente como un hombre
nuevo, libre de sus pasiones, gobernando sus instintos; mucho más libre, más
señor de sí mismo, que tantos hombres, influidos del nuevo paganismo que viven
hoy, donde, para ahogar un vacío profundo, se entregan al desenfreno, a
disfrutar, a todo tipo de placeres y excesos, y están destruyéndose.
La Palabra de Dios tiene
múltiples exhortaciones para vivir con rectitud en medio del mundo.
Los bautizados
formamos un pueblo nuevo, nuestro anhelo y nuestro modo de vida es otro; en la
carta a los Filipenses se establece esta contraposición: “muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con
lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo
Dios es el vientre, y su gloria, sus vergüenzas, que no piensan más que en las
cosas de la tierra. Pero nosotros somos ciudadanos del cielo” (Flp 3,18-20a).
Como ciudadanos del cielo, hay un estilo cristiano: “Procedamos con dignidad: nada de comilonas
y borracheras, nada de lujuria y desenfreno; nada de rivalidades y envidias,
sino revestíos del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para
satisfacer sus concupiscencias” (Rm 13,13-14a).
Es la carnalidad, los instintos
ciegos del alma, lo que nos arrastran al pecado y al exceso de todo tipo: “Por tanto, mortificad vuestros miembros
terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y codicia” (Col 3,5).
¿Cómo
estar y situarse? Avisa la
Escritura: “Sed
sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente,
ronda buscando a quién devorar” (1P 5,8).
No hay comentarios:
Publicar un comentario