"Tendremos que hablar con frecuencia de la fe, tendremos que exponer alguna noción de la fe y todos tenemos que conocer sus diversos significados, darnos cuenta de los problemas referentes a la fe, también las dificultades que de tantas partes se oponen a ella, luego experimentar, si el Señor nos ayuda, el gozo, la fuerza, la luz que nos vienen de la fe, y estudiar, finalmente, de qué modo podemos y debemos profesar nuestra fe.
Hemos elegido este tema para honrar el centenario de esta memoria apostólica porque creemos que nos ofrece el camino más seguro y más directo para comunicar espiritualmente con esos grandes apóstoles; ellos mimos nos legaron una acuciante recomendación a este respecto, dice por ejemplo, san Pedro en su primera carta a los cristianos que ellos están “custodiados por la fe para la salvación” (1,5) y que deben ser “fuertes en la fe” (5,9); san Pablo, después de haber desarrollado amplia y repetidamente su doctrina sobre la fe, especialmente en las célebres epístolas a los gálatas y a los romanos, ansía garantizar la integridad (cf. Gal 1,8) y la conservación de la fe, especialmente en las cartas personales, llamadas pastorales, y repite sus recomendaciones para que se evite todo error (cf. Tit 1,10-16) y que sea guardado el “depositum” (1Tim 6,20) por medio del Espíritu Santo (2Tm 1, 12 y 14). Este término de “depósito”, que muchas veces repite san Pablo, se refiere, ciertamente, a las verdades de fe enseñadas por el apóstol, las cuales forman un cuerpo doctrinal que los pastores de la Iglesia deben conservar, defender y transmitir (cf. De Ambroggi, nel commento alle Tp. Past. Marietti, 1953, pág. 175). Nacen del “depósito” de san Pablo algunas enseñanzas muy importantes; indica que ya existía en tiempos apostólicos un conjunto de verdades reveladas bien determinado e inequívoco, una síntesis, una especie de catecismo para enseñarse y aprenderlo según formulación determinado por el magisterio apostólico, y que luego se debía transmitir con rigurosa fidelidad; se presupone de esta suerte la tradición, es decir, la enseñanza oral y autorizada de la Iglesia primitiva (cf. 2Tm 2,2; 1Co 11,2 y 33; 15,1-3, etc.); nace otra cosa, la transmisión del “depósito”, siempre con atención vigilante de que no se altere la enseñanza original, sino con el afán de meditarlo, explorarlo, convertirlo de implícito en explícito, de bíblico en teológico, de antiguo en actual (cf. S. Th., II-II, 1, 7).
De suerte que, hijos carísimos, adhiriéndose a la fe que la Iglesia nos propone nos ponemos en comunicación directa con los apóstoles, a quienes queremos festejar, y mediante ellos, con Cristo, nuestro primer y único Maestro, seguimos su escuela, anulamos la distancia de los siglos que de ellos nos separan y hacemos del momento presente una historia viviente, la historia siempre igual a sí misma de la Iglesia mediante la actuación, idéntica y original al mismo tiempo, de la misma fe en una inmutable y siempre irradiante verdad revelada. Sólo la Iglesia puede escribir, leer, vivir su historia así, dejando que la fuga de los siglos mida su duración y que la estabilidad en lo eterno defina su perenne identidad.