La hagiografía es la parte, la ciencia, dedicada a escribir y, lo que es más, a describir la vida de los santos. Siempre es bueno, más aún es recomendable, leer las vidas de los santos por lo mucho que se aprende de ellos a vivir el Evangelio, a obedecer a Dios, a buscar en todo su voluntad y realizarla, siempre llenos de amor por Cristo, por celo auténtico, por pasión que enciende las almas.
La hagiografía se puede detener en leyendas en torno al santo, con lo cual, resulta poco edificante, aunque toda leyenda posee un fondo de verdad. Se puede dejar guiar por el aspecto milagroso de la vida de algún santo, pero este aspecto tal vez pueda llegar a ocultar el conjunto de su vida. O incluso destacar lo peculiarísimo y extraordinario que se presenta de forma inalcanzable para el común de los mortales, también llamados a la santidad, y que se pueden ver lejanos de esa meta, o incluso desanimados ante una santidad que se muestra inaccesible.
Todos esos son aspectos que pueden darse en la hagiografía. Pero las vidas de los santos, que ojalá siempre fueran rigurosas históricamente y con una mirada teológica, no se limitan a esos aspectos, sino que van más allá, mostrando caminos transitables de santidad de modo que, al leerla, el cristiano encuentre un modelo, un referente, que le ayude y le espolee a caminar y avanzar; la hagiografía, con buena pedagogía, debe y puede ofrecer modelos de referencia para que uno se identifique y refuerce su vida cristiana, con sintonía, con amistad con el santo.