domingo, 12 de enero de 2025

Bendecir (Ritos y gestos - XVI), 2ª parte



Bendiciones en la Misa


            Además de la bendición a los fieles (antes de la comunión en el rito hispano, al final de todo en el rito romano), hallamos al menos dos bendiciones más en la Misa. Muchas se han suprimido en el actual Misal, como la bendición del agua que se echa en el cáliz así como multitud de signos de la cruz sobre la oblata.


            En la Misa, una bendición significativa es la del diácono antes de proclamar el Evangelio. Manifiesta que recibe la delegación del obispo para ese oficio litúrgico, y se implora al Señor la adecuada purificación interior del diácono para esta lectura evangélica.

            El ceremonial romano más antiguo decía únicamente que el diácono besase los pies (costumbre de origen bizantino) o la mano del Papa, como pidiendo permiso. El rito de la bendición es una importación galicana del siglo IX: después de coger el Evangeliario del altar, el diácono se ponía de rodillas delante del celebrante pidiendo y recibiendo la bendición; entonces le besa la mano, se levanta y se dirige al ambón (Righetti, II, p. 230-231).

            Así se realiza el rito según la liturgia vigente. Mientras se canta el Aleluya –o el versículo correspondiente si es Cuaresma- el diácono pide la bendición: “Padre, dame tu bendición”, y la recibe “profundamente inclinado” (IGMR 175), mientras se le dice: “El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su Evangelio; en el nombre del Padre…” Hecho esto, junto con los acólitos con cirios y el incensario, va al altar, hacen todos inclinación, y toma reverentemente el Evangelio del altar. Omitida la reverencia al altar, lleva al ambón el libro, de modo solemne y un poco elevado, precedido por el turiferario y los acólitos con cirios (cf. IGMR 120-122; 132; 175; CE 140).

jueves, 26 de diciembre de 2024

Bendecir (Ritos y gestos - XVI), 1ª parte



            La liturgia cristiana desde el principio no sólo ha bendecido a Dios –en sus cantos e himnos- sino que también ha pedido la bendición de Dios sobre personas o elementos distintos, sacramentales o no, con una plegaria específica y normalmente trazando el signo de la cruz (y a veces, también, añadiendo la aspersión con agua bendita). Al bendecir, algo se sustrae del uso común, profano, y se pone al servicio de Dios, como una especial dedicación entra en el ámbito divino.


            Por eso la liturgia cristiana no únicamente bendice a Dios, sino que bendice materias, elementos creados… ¡hasta se bendice la mesa y los alimentos!

            Para una “teología de la bendición” es sumamente recomendable acudir a los Prenotandos del Bendicional.

            El origen de toda bendición está en Dios y en su infinita bondad y misericordia: “La fuente y origen de toda bendición es Dios bendito, que está por encima de todo, el único bueno, que hizo bien todas las cosas para colmarlas de sus bendiciones y que aun después de la caída del hombre, continúa otorgando esas bendiciones, como un signo de su misericordia” (Bend 1).

Los exorcismos (Ritos y gestos - XV), y 2ª parte



En el Bautismo de niños

            El ritual del bautismo de párvulos actual pretende ser una síntesis adaptada de todo el proceso del Bautismo de adultos. Por eso contiene muchos elementos del proceso catecumenal de adultos, tales como la unción con el óleo de catecúmenos, el effetá o, en este caso, el exorcismo.


            Esta oración de exorcismo concluye la oración de los fieles y prepara la unción con el óleo de los catecúmenos (cf. RBN 69).

            Reza así:

Dios todopoderoso y eterno,
que has enviado tu Hijo al mundo,
para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal,
y llevarnos así, arrancados de las tinieblas,
al Reino de tu luz admirable;
te pedimos que estos niños
lavados del pecado original,
sean templo tuyo,
y que el Espíritu Santo habite en ellos (RBN 119).

            En Apéndice, el ritual ofrece otra oración de exorcismo ad libitum:

Señor Dios todopoderoso,
que enviaste a tu Hijo único
para que el hombre, esclavo del pecado,
alcance la libertad de tus hijos.
Tú sabes que estos niños van a sentir
las tentaciones del mundo seductor
y van a tener que luchar contra los engaños del demonio.
Por la fuerza de la muerte y resurrección de tu Hijo,
arráncalos del poder de las tinieblas
y, fortalecidos con la gracia de Cristo,
guárdalos a lo largo del camino de la vida (RBN 215).

martes, 10 de diciembre de 2024

Los exorcismos (Ritos y gestos - XV), 1ª parte



            Todo exorcismo es una plegaria dirigida a Dios pidiendo la liberación de algo o de alguien del poder de Satanás para que se reintegre al servicio de Dios. Así purificada la materia o la persona, será libre en el servicio del Señor. Se prolonga de este modo el poder de Cristo sobre los demonios, tantas veces aparecido en el Evangelio, por medio de la acción de la Iglesia.



Exorcismo mayor


            Hay un ritual propio de exorcismo para el caso más grave de posesión o influjo diabólico. Es el exorcismo mayor dirigido a expulsar al demonio de una persona.

            La Iglesia lucha contra Satanás invocando a su Señor para ayudar a los fieles que experimentan la posesión diabólica, librarlos de las insidias del demonio y de toda perturbación.

            Es una auténtica liturgia: aspersión con agua bendita, letanía, salmos, Evangelio, imposición de manos, el Credo, el crucifijo que es besado, la fórmula deprecativa invocando a Dios y la fórmula imperativa “por la que en nombre de Cristo se conjura directamente al diablo para que salga del fiel vejado” (REx 28). Termina el rito con una fórmula de acción de gracias, oración y bendición.

            La larga fórmula deprecativa es una invocación a Dios para que libere al fiel del demonio (REx 61):

jueves, 28 de noviembre de 2024

Lavatorio de manos (Ritos y gestos - XIV)



            Como a veces se presenta el Lavabo de las manos del sacerdote en la Misa como consecuencia de recibir él personalmente las ofrendas al pie del altar, veamos primero el rito de las ofrendas, la ubicación del lavabo y el modo de realizarlo hoy según el Misal romano.


            La oblación de los fieles está documentada entre otros por san Cipriano, san Ambrosio, san Jerónimo, san Agustín, san Cesáreo de Arlés, san Gregorio Magno y el Ordo Romanus (OR) I.

            Las Constituciones Apostólicas establecían la materia de las ofrendas: «No se ha de llevar cualquier cosa al altar, salvo en su época, las espigas nuevas, las uvas, también el aceite para la santa lámpara y el incienso para el momento de la divina oblación. Las demás cosas que se presenten sean destinadas a la casa, como presentes para el obispo o los presbíteros, pero no para el altar» (VIII, 47,3-4 SC 336,274-276).

            Sabemos por las mismas Constituciones (VIII, 12,3) que los dones aportados por el pueblo eran llevados por los diáconos al altar. Lo mismo decía la Tradición Apostólica: offerant diaconi oblationes (c. 4). Las aportaciones de los fieles se convirtieron en Occidente en una auténtica processio oblationis. Más tarde, en Roma según atestiguan los Ordines, el traslado de los dones fue una tarea clerical sin solemnidad especial: OR I, 69ss (OR II, 91ss).