Enseñar
Patrología, y volver una y otra vez sobre los Padres, sus escritos, sus
enseñanzas, el contexto en el que cada uno desempeñó su ministerio, resulta
siempre una tarea docente que enriquece no sólo a los alumnos que con mente
abierta y espíritu receptivo cursan la asignatura, sino al mismo profesor que
debe retornar a las fuentes patrísticas constantemente, descubrir nuevos
aspectos, saborear sapiencialmente el conjunto, conocer a los Padres y tenerlos
por amigos, maestros e interlocutores, mientras lee todas las obras que se
vayan traduciendo y publicando. Máxime cuando la Tradición de los Padres
es tan rica que resulta inagotable e inabarcable.
Así,
en cada curso que imparto Patrología, el primer beneficiado soy yo mismo, que
he de repasarlo todo, descubrir elementos, profundizar en otros, dejarme
cuestionar, disfrutar de algo que, de pronto, ha captado mi atención de una
manera nueva y poner en conexión a los Padres con la actualidad eclesial viendo
cómo sus enseñanzas y su hacer pueden enseñarnos hoy.