2. Las respuestas de las preces
Súplica
y confesión de fe a un mismo tiempo, las respuestas de las preces de Laudes
orientan la oración eclesial invocando al Señor, Alfa y Omega, Resucitado de
entre los muertos. La Iglesia
alaba a su Señor glorificado.
“Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12)
proclamó Cristo; y como Luz brilló en la noche de Pascua, rompiendo las
tinieblas que envolvían al orbe entero (cf. Pregón pascual). Su luz brilló; “la
luz de Cristo que resucita glorioso disipe las tinieblas del corazón y del
espíritu” oraba la Iglesia
en el lucernario de la Vigilia
pascual. La luz es vida, la oscuridad es muerte. Por eso la Iglesia, deseando vivir a
la luz del Señor, reza: “Ilumínanos, Señor, con la luz de Cristo” (Dom.
Octava). También la inteligencia del hombre, en ocasiones, ofuscada, necesita
una luz orientadora en el camino de la Verdad: “Ilumina, Señor, nuestras mentes” (Lun
II), y también: “Ilumínanos, Señor, con la claridad de Cristo” (Mier II).
Cristo
es la Vida del
mundo, la vida de los hombres; es Vida y resurrección. Él, ahora, resucitado,
es “Espíritu que da vida” (1Co
15,45), nuevo Adán. La muerte ha sido destruida y Él lo vivifica todo. ¿Cómo no
pedir su vida: “Autor de la vida, vivifícanos” (Mart II)? ¿Vida fuera de
Cristo? ¿Vida sin Cristo, al margen de Cristo? ¡Poca vida sería realmente! Así
nuestro deseo es vivir con Él, por Él y para Él; que su vida se nos dé, que Él
lo sea todo: “Que el Señor Jesús sea nuestra vida” (Juev II). Él es el que ha
vencido; victorioso y triunfante, ahora es Salvador del mundo: “Por tu
victoria, sálvanos, Señor” (Lun III).
El
gran Don y regalo de Cristo resucitado es el Espíritu Santo con el que da vida
a su Cuerpo que es la Iglesia;
su Espíritu todo lo santifica, conduce a la Verdad completa, recuerda su Palabra, genera
ministerios, carismas, dones y virtudes que enriquecen a la Iglesia. Dirige sabiamente las
almas con sus siete dones y empuja a la Iglesia en su misión evangelizadora. ¡Pascua es
el tiempo del Espíritu Santo!, y los mismos textos de la liturgia nos llevan a
reconocer la acción y la presencia del Espíritu Santo.
Es
nuestra súplica: “Vivifícanos, Señor, con tu Espíritu Santo” (Vier II). La
liturgia pascual es una preciosa fuente para la pneumatología, es decir, para
el tratado sobre el Espíritu Santo. Lo hace de modo orante, suplicante. El
Espíritu Santo “viene en ayuda de nuestra
debilidad” (Rm 8,26); lo suplicamos porque sin Él nadie puede progresar en
el bien ni en la virtud ni en la santidad: “Que tu Espíritu, Señor, venga en
nuestra ayuda” (Dom VII). Es el Espíritu un Don inmerecido que, como en el
Cenáculo apostólico, hemos de suplicar y prepararnos para su recepción: “Señor,
danos tu Espíritu” (Lun VII), “Señor Jesucristo, danos tu Espíritu” (Mart VII),
“Señor Jesús, santifícanos en el Espíritu” (Sab VII).