El conocimiento propio es una virtud ya que
necesita muchos actos de conocimiento hasta que se forme el hábito, la sana
costumbre, de conocerse. Y es virtud, porque engendra la capacidad de
corregirse y de crecer, dando lugar a la humildad, siempre muy unida al
conocimiento propio.
El conocimiento propio permite saber
los límites de cada cual, y por tanto, usará de la templanza para medir; conoce
los impulsos y las respuestas que se dan, y por eso, acudirá a la virtud de la
prudencia para saber qué hacer, cómo hacerlo y en qué momento es más eficaz y
prudente; quien se conoce, sabe cuáles son sus límites y no es ni temerario ni
cobarde, recurriendo a la virtud de la fortaleza; quien se conoce, finalmente,
es objetivo para dar lo que es justo según la virtud de la justicia, pues quien
no se conoce puede extralimitarse o quedarse siempre en el menos por su propio
interés o avaricia.
¿Qué hará quien no se conoce?
¡Correr mil peligros en su vida moral! ¿Qué hará quien no se conoce? ¡Tener mil
caídas que se podrían haber evitado!
Quien no se conoce jamás crecerá, le será
muy difícil avanzar y progresar, y es que no sabe en qué necesita crecer, qué
es lo que necesita avanzar en su alma.