Llegando a la lectura propiamente teológica del sacrificio de Isaac (Gn 22), lo primero que cabe destacar es la fe.
La
fe vivida en oscuridad, soledad:
Esta es la primera lectura que se puede hacer del texto, tal vez la
más evidente. Soledad y contradicción de Abraham frente a Dios, porque parece
que el Señor mismo se contradice. Pero, pese a todo, Abraham "creyó contra
toda esperanza", se fió del Señor hasta el límite, y, amparado en su fe,
le obedece, hasta el punto de sacrificar lo que más quería: su único hijo, su
descendencia, su linaje...
Nadie podía ponerse en el lugar de Abraham, ni los
siervos ni Sara, su esposa; sólo él tenía que responder al Señor con
disponibilidad y acatar la voluntad -¡tan extraña!- del Señor.
Era fiarse no de
las promesas de Dios, sino del Dios de las promesas.
Fe
en oscuridad que se traduce por confianza en el Señor, por paciencia y
obediencia:
Una esperanza, como veíamos
en el análisis anterior, de que Dios se podría echar para atrás en el último
momento, aunque esto no quita que Abraham le obedezca.
El confía en el Señor,
se pone en sus manos y es capaz de sacrificar a su hijo. Así es todo un modelo
para el creyente.
La
fe exige de cada individuo la disponibilidad que obliga a sacrificarse y, más
aún, a sacrificar lo más valioso que uno tiene en aras de la obediencia del
Señor.
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