Dios
ha actuado. Por medio de lo concreto de nuestra vida y sus dificultades, nos va
despojando de nosotros mismos y de nuestras falsas seguridades. Salen a la luz
las preguntas más fundamentales:
¿Quiénes somos?
¿A quién pertenecemos?
¿Qué es
lo que permanece cuando muchos de nuestros proyectos no se pueden realizar o
han fracasado?
Lo
que queda es lo que nos ha sucedido y que nadie nos lo podrá arrebatar: el
Hecho de Cristo en nuestra vida, el Acontecimiento único y excepcional que se
ha vuelto en centro de todas las cosas, del corazón, del deseo, de la memoria,
de los proyectos.
¡Queda
el Acontecimiento de Cristo!, que nos ha sucedido, que ha venido, que nos ha
provocado pero que nosotros no lo hemos suscitado. Es gracia: ¡se nos ha dado!,
ha sucedido.
Ahora
bien: ¿lo esperamos todo de Cristo? ¿Esperamos todo de este Acontecimiento
único? ¿O hemos perdido ese “amor primero”, esa fascinación por Él,
acostumbrándonos y no dándole importancia? ¿Le hemos dejado a Cristo ser la
inspiración de nuestros proyectos y la medida de todas las cosas o es sólo una
cosa más en nuestras vidas?
¿Creemos
de verdad y con todas las consecuencias e implicaciones que Cristo es la
respuesta adecuada para nosotros ahora, en las circunstancias que vivimos? ¿O
hemos dejado a Cristo fuera de lo que yo vivo aquí y ahora? La fe en Cristo,
¿es una fe que tiene que ver con mi vida o la he dejado aprisionada en unas
fórmulas dogmáticas que no me cuestionen o en unas iniciativas sociales que hay
que realizar?
¿Dónde
queda mi fe? ¿Qué fuerza tiene?
¡Volvamos
al amor primero, a la fascinación original por Cristo! Entonces podremos
realizar la experiencia de la fe y ser creyentes, verdaderos creyentes, hombres
de Dios por completo.
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