1. Es usual y dato común en todas
las liturgias, ya sean orientales, ya sean occidentales, que inmediatamente
antes de distribuir la comunión eucarística, el sacerdote se dirija al pueblo y
lo invite a acercarse a comulgar con disposiciones de fe, humildad, santo temor
de Dios y, por tanto, en gracia y no en pecado mortal. No es un acceso
indiscriminado a todos, sino que se ha de estar preparado y en estado de
gracia.
2.
Por eso, recordando la santidad de la Eucaristía misma y la necesaria disposición de
los fieles, la liturgia introdujo una invitación sacerdotal que es una
admonición, una advertencia para todos. La más difundida y corriente es “Sancta
sanctis”, es decir, “lo Santo (o las cosas santas) para los santos”. Los fieles
todos aclaman y responden con humildad: “sólo Tú eres santo”, reconociendo que,
aunque puedan comulgar y están en gracia, son pequeños comparados con la
santidad absoluta de Jesucristo.
¿Testimonios?
El primero que se puede aducir lo hallamos en las catequesis de S. Cirilo de
Jerusalén, en el siglo IV:
“Después de estas cosas, dice el
sacerdote: ‘las cosas santas para los santos’. Santas son las cosas que están
delante, que han recibido la venida del Espíritu Santo. Las cosas santas
convienen, pues, a los santos. Después vosotros decís: ‘Uno es el santo, uno el
Señor: Jesucristo’. En verdad uno es el santo, santo por naturaleza. Nosotros
también somos santos, pero no por naturaleza, sino por participación y por
ejercicio y oración” (Cat. Mist. V, 18).
El
Crisóstomo también alude a esa admonición sacerdotal:
“Por esto mismo clama entonces el
sacerdote llamando a los santos, y requiriendo a todos con esta voz para que
ninguno se acerque sin la debida preparación. De la misma manera que en un
rebaño en el que hay muchas ovejas sanas y muchas llenas también de sarna es
necesario separar éstas de las sanas; así también en la Iglesia, ya que en ella
hay ovejas sanas y ovejas enfermas, mediante esta voz separa las unas de las
otras, recorriendo el sacerdote por todas partes por medio de este clamor
terribilísimo, y va llamando y atrayendo a los santos” (S. Juan Crisóstomo, In
Heb., 17,4).
Un
tercer elemento en la
Tradición es el desarrollo ritual que nos describen las Constituciones
Apostólicas del s. IV:
“Después de que todos digan ‘Amén’,
diga el diácono: ‘Prestad atención’. El obispo dirija la palabra al pueblo de
esta manera: ‘Las cosas santas para los santos’.
Responda el pueblo: ‘Un solo santo,
un solo Señor, Jesucristo, para gloria de Dios Padre en el Espíritu Santo. Eres
bendito por los siglos. Amén. Gloria en las alturas a Dios, paz en la tierra y
beneplácito (de Dios) entre los hombres. Hosanna al Hijo de David, bendito el
Señor Dios que viene en nombre del Señor y se ha manifestado entre nosotros,
hosanna en las alturas’.
Después de esto comulgue el obispo,
luego los presbíteros, los diáconos…” (VIII,11-14).
Actualmente,
así se sigue realizando en muchas liturgias. La liturgia de Antioquía,
celebrada en el Líbano con la anáfora de los doce apóstoles, realiza este
antiquísimo diálogo:
“Las cosas
santas para los santos y los puros”.
R/: “Un solo
Padre santo, un solo Hijo santo, un solo Espíritu vivo y santo. Gloria al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo vivificador: ahora y hasta el fin de los
siglos”.
La Divina Liturgia de S. Juan
Crisóstomo, el rito bizantino, realiza esta admonición elevando los dones,
antes de una ulterior fracción y otros ritos simbólicos. El diácono avisa:
“Estemos atentos”. El sacerdote eleva el sagrado Pan, diciendo en voz alta: “Lo
Santo a los santos”. Y los fieles aclaman: “Uno solo es Santo, uno solo es
Señor, Jesucristo, para gloria de Dios Padre. Amén”.
Lo
mismo se realiza en nuestro rito hispano-mozárabe. El sacerdote sale al pie del
altar y elevando la patena y el cáliz, aclama: “Lo santo para los santos”,
aunque el actual Ordinario de la
Misa, extrañamente, no pone ninguna respuesta en boca de los
fieles, como es lo habitual en la tradición litúrgica.
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