6. La
humildad es el cimiento de todas las virtudes, y sin la humildad, las virtudes
se vienen abajo, se destruyen. La humildad les da fuerza y consistencia.
Se ha
de pedir siempre la humildad sincera como un don precioso del Señor, y toda
oración personal acabarla en conocimiento propio, en conocerse tal como uno es
en presencia de Dios, que esto da humildad.
A mayor trato e intimidad con Cristo
en la oración, mayor humildad que es andar en verdad reconociendo lo poco que
uno es y lo grande y bueno que es el Señor a pesar de nuestra miseria.
Existen unos medios para adquirir y
ganar humildad, siendo el primero pedir la verdadera humildad al Señor.
Para
adquirir humildad con el prójimo, es importante admirar sin celos ni envidias
las cualidades del prójimo. Además no fijarnos en los defectos del prójimo –que
siempre resaltan más a los ojos del soberbio- sino excusar sus defectos o
callarlos. Y finalmente, considerarnos inferiores a los demás porque sabemos
bien que nos falta mucho para responder plenamente a la gracia.
Para adquirir humildad con uno
mismo, lo primero es la oración de propio conocimiento o examen de conciencia,
sereno y suave, pero conocernos de verdad a la luz de Dios; además saber
aceptar todo lo que nos venga para vencer el orgullo abandonándonos en las
manos del Padre y, finalmente, aceptar la ingratitud, el olvido y menosprecio
de los demás.
Grado muy elevado en el camino de santificación es aceptar y no
huir de las ocasiones en que seamos humillados, y no tener miedo a ser
humillados.
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