Un lenguaje de la gloria más estilístico y poético es la
luz, como reflejo de la majestad del Señor. Se relaciona con conceptos tales
como oriente, Sol, aurora, que matizan cómo el Señor es el Sol que va creciendo
hasta el mediodía, el que lo ilumina todo y lleva todo a su plenitud. Es un
teologúmeno muy usado que se expresa por medio de la figura "luz".
Luz "es símbolo de la salvación... de la curación y de la iluminación que
irradia el rostro de Dios"[1].
La luz es la gloria del Señor que brilla en su plenitud para
el pueblo elegido: "hasta que salga como resplandor su justicia, y su
salvación llamee como antorcha" (Is 62,1b) mostrando la salvación que
Dios ofrece. El culmen de esta gloria será para los profetas, el retorno a la Jerusalén santa, donde
brillará la luz de la gloria: "¡Levántate Jerusalén que ha llegado tu
luz, la gloria de Yahvé amanece sobre ti! Pues mira cómo la oscuridad cubre la
tierra, y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece el Señor y su gloria
sobre ti aparece" (Is 60,1-2).
Para Isaías, en particular, la luz se asociará a la gloria
que conocerá el siervo de Yahvé, una vez que haya sido triturado por nuestros
crímenes, y que, a su vez, se convertirá en luz para las gentes. "Te
voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los
confines de la tierra" (Is 50,6b), ya que "por las fatigas de
su alma, verá luz, se saciará" (Is 53,11). Yahvé manifestará su gloria
en el Siervo sufriente, entregado por los pecados de los hombres.
Contemplar
la luz del Señor es entrar en su gloria, participar del mismo Dios; Rafael es
enviado en el libro de Tobías para curar: "fue oída en aquel instante
en la Gloria
de Dios, la plegaria de ambos y fue enviado Rafael a curar a los dos... para
que se le quitaran las manchas de los ojos y pudiera con sus mismos ojos ver la
luz de Dios" (Tb 3,17); la oración sálmica recogerá este tema de forma
insistente, suplicando ver la luz del Señor ("haz brillar sobre
nosotros la luz de tu rostro" Sal 4,7), porque "tu luz nos
hace ver la luz" (Sal 35,10). Por eso el creyente camina a la luz del
Señor (cfr. Is 2,5) y así "tendrás a Yahvé por luz eterna y a tu Dios
por hermosura" (Is 60,19).
El Señor muestra su gloria mediante la luz, su poder es
luminoso, y así se describirán muchas teofanías "su majestad cubre los
cielos, de su gloria llena la tierra. Su fulgor es como la luz, rayos tiene que
saltan de su mano" (Hab 3,3s).
Es éste un lenguaje que usa con mucha frecuencia el NT aplicándolo
directamente a Jesús, expresando así su misión salvífica. Canta Zacarías que "por
la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el Sol que nace de lo
alto"[2] (Lc
1,78), "profecía" que se cumple en el nacimiento del Hijo de Dios
que, cuando es presentado para el rescate de los primogénitos, es alabado como "Luz
para alumbrar las naciones y Gloria de tu Pueblo Israel" (Lc 2,32).
Luz que se aparece a los pastores, la noche de la Navidad, con los ángeles
cantando la gloria del Señor. Esta noche santa es la luz que nos salva, porque
brilló la gloria de Dios en favor de los hombres:
Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la
luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que
conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleve al amor de lo invisible[3]
Jesús mismo usará esta expresión para describir su ser: "Yo
soy la luz del mundo" (Jn 8,12), denunciando así las tinieblas del
mundo, estableciendo un juicio y una causa de condenación: "El juicio
está en que vino la luz del mundo" (Jn 3,19): Dios mismo es Luz (cfr.
1Jn 1,5). Él destruye las tinieblas, el poder del pecado y de la muerte. Seguir
a Jesús será ser hijos de la luz ("sois hijos de la luz" 1Tes
5,5) y luchar contra los hijos de las tinieblas.
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