Un binomio irrompible es el que
está establecido entre la liturgia y la Iglesia.
No hay Iglesia sin liturgia y la liturgia sólo se puede
captar como realización del misterio de la Iglesia.
Por
eso, una buena eclesiología es el cimiento firme de la liturgia, y la liturgia
misma nos va mostrando cómo es la Iglesia.
Las carencias y déficit en eclesiología, la pobreza al ver
quién es la Iglesia,
terminan reflejándose siempre en una liturgia excesivamente pobre, cerrada al
propio grupo, más pendiente de reforzar el ideario y la emotividad del propio
grupo que celebra, que de ofrecer la vida de santidad del Cuerpo místico. En
este sentido, la liturgia es “una epifanía de la Iglesia” (Juan Pablo II,
Vicesimus quintus annus, 9) y el modo de realizar y vivir la liturgia muestra a
las claras qué concepto subyace de la Iglesia misma.
No
es de extrañar, entonces, que la Constitución
Sacrosanctum Concilium dedique un párrafo bellísimo y
desconocido (no es de los más citados precisamente) para explicar cómo es la Iglesia y cómo aúna
dimensiones distintas, “paradójicas” que diría Henri de Lubac. Sabiendo quién
es la Iglesia,
comprenderemos mejor qué es la liturgia y cuál su importancia para la vida
eclesial.
Dice
Sacrosanctum Concilium:
“Es característico de la Iglesia ser, a la vez,
humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la
acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo,
peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y
subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la
contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos” (SC 2).
Este
hermoso párrafo, descriptivo de la
Iglesia con sus paradojas aparentes, tendrá repercusión clara
en la forma y el contenido de la liturgia.
1.
Iglesia humana y divina: Lo humano
lo vemos visible y palpable, ya que la Iglesia la formamos hombres y mujeres bautizados,
con sus debilidades y pecados. Lo humano está presente… como real y presente
fue la naturaleza humana sin pecado de Jesucristo.
Pero
al igual que en Jesucristo junto a su naturaleza humana está obrando su
naturaleza divina, así la
Iglesia no es sólo humana, sino divina también. No es de
constitución humana, no la fabrican los hombres a su gusto, asociándose,
cambiándola según las modas de pensamiento, y menos aún “humanizándola”, o sea,
mundanizándola, sino que es divina: nace por voluntad de Cristo, Él la
constituye y le da forma; Jesucristo es su Cabeza y el Espíritu Santo es su
alma. La vida de la Iglesia
es vida divina, sobrenatural, porque le viene de Dios.
Así
la liturgia equilibra y une lo humano y lo divino, y se desfigura cuando sólo
exalta lo humano y transforma la liturgia en simple creación humana (del grupo,
de los fieles, o del sacerdote de turno).
2.
“Visible y dotada de elementos
invisibles” (SC 2): es visible en sus miembros, en su estructura jerárquica
y ministerial, en sus obras de caridad y en la tarea evangelizadora. Pero está
“dotada de elementos invisibles”: Jesucristo el Señor, los ángeles y los
santos, así como las almas de los que se purifican. Es la Iglesia invisible, por la
comunión de los santos, que supera el espacio y el tiempo, y que es tan real
como los elementos que sí son visibles. Además, consta de otros elementos
invisibles que la constituyen: la gracia, las virtudes teologales, la
misericordia, la santidad, etc. Si se reduce la Iglesia a lo que vemos,
acabaremos tomándola como una creación humana e intentaremos acomodarla a las
estructuras sociales del mundo, como una más; se pondrá sólo interés en
proyectos de organización y de reforma, de estructuras y consejos.
3.
“Entregada a la acción y dada a la
contemplación”. Ambas dimensiones se fecundan y se reclaman. La Iglesia está “entregada a
la acción”, no al activismo, en sus instituciones, en su enseñanza, en la
predicación y catequesis, en el acompañamiento espiritual, el ejercicio de la
caridad y las obras de misericordia. Pero esta acción eclesial pide espacios de
oración y alabanza que le dará fecundad y hondura, evitando la mundanidad:
“dada a la contemplación”, entendiendo por ello la santa liturgia, el Oficio
divino, la adoración eucarística, la lectio divina, la contemplación, etc. De
aquí nacerán las obras cuya raíz será Cristo y se purificarán constantemente
las intenciones de la actuación.
Por
tanto, en la Iglesia
de Dios tan inseparable y necesario es el ejercicio de la caridad como la
adoración eucarística, el servicio de las obras de misericordia corporales y espirituales
como el Oficio divino, la predicación y la catequesis como la divina liturgia.
¡Qué bien lo entendieron y lo sintetizaron los santos en su vida!
4.
“Presente en el mundo y, sin embargo,
peregrina”. La vida de la
Iglesia se extiende más allá de lo terreno y de lo histórico.
Fecunda y transforma la vida de los hombres, ordena las realidades temporales
según el Evangelio… pero ni se encierra en este presente ni su cometido último
es intra-terreno o social o político o revolucionario. La Iglesia es una Iglesia
peregrina, que sabe que aquí no tiene ciudad permanente sino que aguarda la
ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor es Dios (cf. Hb
11,10). La patria es el Reino de los cielos y los cristianos son ciudadanos del
cielo (Flp 3,20). Todo esto corrige una torpe visión de la Iglesia reducida a ser un
simple factor de cambio social o de estructuras terrenas. ¿Y la liturgia aquí?
Siendo la liturgia “el cielo en la tierra” (Juan Pablo II, Orientale lumen,
11), orienta a los fieles a la verdadera esperanza y les hace gustar las
delicias del Reino eterno ya, mientras viven santamente santificando el mundo
presente.
5.
Añade Sacrosanctum Concilium un importante matiz tras estas aparentes
antimonias de la vida eclesial: “Todo esto de suerte que en ella lo humano esté
ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la
contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos” (SC 2).
“Todo esté ordenado y subordinado”: lo
pleno y lo más importante, aquello que da sentido y a todo y expresa el ser y
la misión de la Iglesia
no es meramente lo humano, lo visible, la acción, lo presente. Quien valore así
a la Iglesia
la ha confundido con una ONG o una asociación benéfica o cultural; sino que
todo esto debe estar “ordenado y subordinado” a lo divino, a lo invisible, a la
contemplación, a lo futuro.
La
liturgia entonces adquiere un realce decisivo en la vida de la Iglesia, y no es la parte
menos importante o prescindible. Si seguimos el hilo de la enseñanza del Concilio
Vaticano II, la liturgia goza del mayor honor en la vida de la Iglesia porque en ella se
da lo divino, lo invisible, la contemplación y lo futuro.
La
liturgia revela quién es la
Iglesia, es una eclesiología completa… y una buena
eclesiología dará el debido lugar a la liturgia. La Iglesia vive de la liturgia
y sin la liturgia (o con una liturgia muy pobre, informal, mundanizada, apegada
sólo a lo presente y lo social, etc.) no es la Iglesia del Señor.
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