Se requiere una educación en el
silencio, un acallar todo en lo interior. Así se permite oír la voz del
Espíritu Santo dentro de nosotros:
“¿Qué hacer, entonces, para
conseguir una verdadera disciplina espiritual, apta para conferir también a
nosotros sus riquezas sobrenaturales? Lo primero una pregunta: ¿el Señor habla
en el ruido o en el silencio? Respondemos todos: en el silencio. Y entonces,
¿por qué no hacemos silencio alguna vez; por qué no escuchamos, apenas se
percibe, algún susurro de la voz de Dios cercano a nosotros? Y todavía: ¿habla
Él al alma agitada o al alma quieta?
Sabemos muy bien que para esta
escucha debemos tener un poco de calma, de tranquilidad; hay que aislarse un
poco de toda excitación o estímulo cercanos; y estar nosotros mismos, nosotros
solos, estar dentro de nosotros. Éste es el elemento esencial: ¡dentro de nosotros! Por eso el punto de
encuentro no está fuera, sino en el interior. Y crear a continuación en el
propio espíritu una celda de recogimiento para que el Huésped divino pueda
encontrarse con nosotros” (Pablo VI, Hom. a la unión de juristas católicos,
15-diciembre-1963).
Al
Espíritu Santo se le percibe en el silencio solamente: “Habla el Espíritu en el
fondo de las almas, que saben ofrecerle el silencio para su voz dulce y fuerte,
inconfundible” (Pablo VI, Aud. General, 9-junio-1965).
El
Espíritu Santo, como brisa suave, como susurro divino, se oye y se siente
solamente en el silencio:
“Quien no tiene una vida interior
propia carece de la capacidad ordinaria de recibir el Espíritu Santo, de
escuchar su voz tenue y dulce, de someterse a sus inspiraciones, de gozar de
sus carismas. El diagnóstico del hombre moderno nos conduce a ver en él un ser
extrovertido, que vive mucho fuera de sí y poco en sí mismo, como un
instrumento más receptor del lenguaje de los sentidos, y menos del lenguaje del
pensamiento, de la conciencia. La conclusión práctica nos invita enseguida a la
apología del silencio, no del silencio inconsciente, ocioso y vacío, sino de
aquel silencio que hace callar los ruidos y clamores exteriores, y que sabe
escuchar; escuchar con profundidad las voces, sí, sinceras de la conciencia, y
las que brotan en el recogimiento de la oración, las voces inefables de la
contemplación. Éste es el primer campo de la acción del Espíritu Santo” (Pablo
VI, Aud. General, 6-junio-1973).
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