5. De distintas formas se reza el
Padrenuestro según las distintas liturgias, tanto en la Misa como en la Liturgia de las Horas.
En
el Ordinario de la Misa
romana actual, tras la monición, extendiendo las manos el sacerdote, lo rezan
juntos a una sola voz el pueblo y el sacerdote: “El sacerdote hace la
invitación a la oración y todos los fieles, juntamente con el sacerdote, dicen
la oración” (IGMR 81); “terminada Plegaria Eucarística, el sacerdote con las
manos juntas, dice la monición antes de la Oración del Señor; luego, con las manos
extendidas, dice la Oración
del Señor juntamente con el pueblo” (IGMR 152).
Anteriormente,
con el Misal romano de S. Pío V (hoy forma extraordinaria del rito romano), recogiendo
una antigua costumbre, el sacerdote lo rezaba solo, en voz baja; levantaba la
voz al decir: “et ne nos inducas in tentationem”, y el acólito o los fieles sí
decían juntos la última petición: “sed libera nos a malo”. Éste era el modo que
se practicaba entre los monjes que seguían la Regla de S. Benito: “Nunca deben terminarse las
celebraciones de laudes y vísperas sin que al final recite el superior
íntegramente la oración que nos enseñó el Señor, en voz alta para que todos la
puedan oír, a causa de las espinas de las discordias que suelen surgir, con el
fin de que amonestados por el compromiso a que obliga a esta oración cuando
decimos: ‘Perdónanos así como nosotros perdonamos’, se purifiquen de ese vicio.
Pero en las demás celebraciones solamente se dirá en voz alta la última parte
de la oración para que todos respondan: ‘Y líbranos del mal’” (RB 13,12-13).
En
la Divina Liturgia
de S. Juan Crisóstomo, el rito bizantino, precedido por unas letanías, el
sacerdote invita a todos diciendo: “Y concédenos, Maestro, que con confianza y
sin condenación podamos atrevernos a llamarte Dios celestial y Padre, y a
decirte” y entonces el pueblo reza junto: “Padre nuestro…”
Otro
modo, muy distinto e incluso más solemne en su desarrollo, es el que emplea el
rito hispano-mozárabe. Tras la introducción llamada “ad dominicam orationem”,
es el sacerdote, con las manos extendidas quien reza el Padrenuestro, mientras
los fieles responden “Amén” a cada una de las siete peticiones.
6.
Tanto en Laudes como en Vísperas, las dos horas mayores que vertebran el Oficio
divino, y sólo en estas dos horas de Laudes y Vísperas, la Iglesia entona el
Padrenuestro, según la
Liturgia de las Horas en rito romano. Se hace así para que
brille -como ya dijimos- la antigua costumbre cristiana que decía la Didajé, de rezar el
Padrenuestro tres veces al día: en la
Misa, en Laudes y en Vísperas.
La Ordenación general de la Liturgia de las HOras así
lo recoge para enlazar con la antigua tradición: “Así, la oración dominical, de
ahora en adelante, se dirá solemnemente tres veces al día, a saber: en la Misa, en las Laudes matutinas
y en las Vísperas” (IGLH 195).
En Laudes y en Vísperas el Padrenuestro,
casi al final de la Hora
litúrgica, representa el culmen de la plegaria eclesial. Es el verdadero y
propio “salmo cristiano”, dictado por Cristo Jesús, entonado gracias a la
acción del Espíritu Santo en el alma de los fieles.
Requiere la máxima atención espiritual
y, según las posibilidades, la mayor solemnidad:
“En las Laudes matutinas y en las
Vísperas, como Horas más populares, a continuación de las preces ocupa el
Padrenuestro el lugar correspondiente a su dignidad, de acuerdo con una
tradición venerable” (IGLH 194).
El canto es connatural a la celebración
litúrgica de las Horas, especialmente las Laudes y las Vísperas (cf. IGLH 272),
y se recomienda que sea cantada esta liturgia siempre que se pueda, aunque no
todo haya que cantarlo siempre, sino según el grado de solemnidad.
Hay elementos que, de por sí, reclaman
el canto por su naturaleza poética o de alabanza: “qué elementos hayan de ser
elegidos en primer lugar para ser cantados, habrá que deducirlo de la
ordenación genuina de la celebración litúrgica, que exige observar fielmente el
sentido y la naturaleza de cada parte y del canto; pues hay partes que, por su
naturaleza exigen ser cantadas (IGLH 277). Del Padrenuestro no se dice nada en
concreto, pero si se habla de salmos y cánticos, hay que pensar que la Oración dominical con más
razón debe cantarse: “En primer lugar las aclamaciones, las respuestas al
saludo del sacerdote y de los ministros, la respuesta de las preces litánicas
y, además, las antífonas y los salmos, como también los estribillos o
respuestas repetidas, los himnos y los cánticos” (IGLH 277).
Después de las preces, la oración de la Iglesia concluye con el
Padrenuestro que “será dicho por todos, antecediéndole, según fuere oportuno,
una breve monición” (IGLH 196), y “una vez recitado el Padrenuestro, se dice
inmediatamente la oración conclusiva” (IGLH 53).
Algunas de las moniciones brevísimas que
introducen el Padrenuestro dan la clave espiritual para entonarlo:
“Prosigamos
nuestra oración, buscando el reino de Dios”;
“Resumamos
nuestras alabanzas y peticiones, con las mismas palabras de Cristo”;
“Ahora,
confirmemos nuestras alabanzas y peticiones diciendo la oración del Señor”;
“Alabemos a
Dios nuevamente y roguémosle con las mismas palabras de Cristo”...
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