"Adstare coram te et tibi ministrare", dice el original latino: "Estar delante de ti y servirte a ti". Esta breve frase de la plegaria eucarística II da pie a una reflexión que conduce a conocer la naturaleza de la liturgia misma y el concepto (recto, claro) de la participación litúrgica.
De este modo, tomando pie en las mismas plegarias eucarísticas, nos vamos acostumbrando a descubrir la riqueza teológica y espiritual que se contienen en los textos litúrgicos de la Iglesia y, al mismo tiempo, a penetrar en las plegarias eucarísticas, que son la oración cumbra y fundamental de la celebración eucarística.
“Nos haces dignos de
servirte en tu presencia”
-Comentarios a la
plegaria eucarística – X-
“Nos haces dignos de servirte en tu
presencia”, reza la plegaria eucarística II.
En la liturgia santa estamos en
presencia de Dios; ante Él mismo, Dios vivo y verdadero, único Señor y centro
de la acción litúrgica. La liturgia es el servicio divino, la Obra de Dios, que los fieles
bautizados realizan y a la que nada deben anteponer. Servimos a Dios muy
especialmente en la liturgia: “¡Servid al
Señor con alegría!” (Sal 99), dice el Salmo cuando van a entrar en el
Templo “por sus puertas con acción de
gracias”.
“¡Servid
a Cristo Señor!” (Col 3,24), exhorta san Pablo. Cuando asistimos a la santa
liturgia, con la debida unción y fervor, con recogimiento, estamos sirviendo a
Dios, realizamos el servicio divino, el culto litúrgico.
Entramos en la liturgia con alegría
y llenos de respeto. Vamos a estar en presencia de Dios y las disposiciones
espirituales deben ser las mismas que Moisés tuvo ante la zarza ardiente:
descalzo, sin dominar, de rodillas “porque
es terreno sagrado” (Ex 3,5). Él, el Señor, nos hace dignos de estar ante
Él y servirle: no es por merecimiento, ni por méritos propios, sino por su
condescendencia divina. Nos hace dignos al otorgarnos su Espíritu Santo y toda
gracia; nos hace dignos revistiéndonos de su Hijo Jesucristo (cf. Rm 13,14).
¿Quién puede hospedarse en su tienda
y habitar en su monte santo? (cf. Sal 14) “¿Quién
puede subir al monte del Señor, quién puede entrar en el recinto sacro?” (Sal
23)
Vivamos santamente, purificados,
para estar en presencia del Señor y servirle: “el que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene
intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su
prójimo” (Sal 14). ¿Quién sirve digna y santamente en la liturgia a Dios? “El hombre de manos inocentes y puro
corazón” (Sal 23).
Dios nos va purificando con su
gracia para hacernos dignos de estar ante Él y servirle en la liturgia. El
Espíritu Santo hace esto posible: “La asamblea debe prepararse para encontrar a
su Señor, debe ser ‘un pueblo bien dispuesto’. Esta preparación de los
corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la asamblea, en particular
de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la
conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre. Estas
disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la
celebración misma y a los frutos de vida nueva que está llamada a producir”
(CAT 1098).
La liturgia santa no es un culto
humano ni un espectáculo didáctico; es acción de la Trinidad misma y, por
ello, Dios con su gracia santifica y dispone al hombre para que pueda entrar en
su presencia, vivir santamente, y servirle en la liturgia con oraciones, acción
de gracias, sacrificios espirituales y presentando la Ofrenda de su Hijo, el
sacrificio de la cruz.
Por eso, oramos y pedimos muchas
veces, vivir santamente, desarrollando en la vida cotidiana, el servicio
sacerdotal de alabanza y santificación, que luego presentamos en la Eucaristía:
Haz, Señor,
que recordemos siempre nuestra condición de hijos tuyos, recibida en el
bautismo, y que vivamos siempre para ti[1].
Ayúdanos a
vestirnos del Señor Jesucristo y a llenarnos del Espíritu Santo[2].
Hijo del
Padre, maestro y hermano nuestro, tú que has hecho de nosotros un pueblo de
reyes y sacerdotes, enséñanos a ofrecer con alegría nuestro sacrificio de
alabanza[3].
Cristo,
sacerdote de la alianza nueva y eterna, que en el ara de la cruz ofreciste al
Padre el sacrificio perfecto, enséñanos a ofrecerlo junto contigo[4].
Javier
Sánchez Martínez, pbro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario