“Jesús
basta, encierra de modo perfecto todos los misterios que el nombre de Dios
contenía. Así como antes “cualquiera que invocara el nombre de Yahvé sería
salvo” (Jl 2,32), así ahora, “si confiesas con tu boca al Señor Jesús, serás
salvo” (Rm 10,9). Creer en este nombre es venir a ser hijo de Dios (Jn 1,12);
orar en este nombre es ser escuchado (Jn 16,26); en él se perdonan los pecados
(1Jn 2,12) y las almas son lavadas y santificadas (1Co 6,11); conservarlo
intacto significa perseverar en la fe (Ap 2,13). Anunciar este nombre
constituye la esencia de toda evangelización (Hch 8,12).
El
nombre de Jesús salva. Tiene cien virtudes. Es como el aceite. Lo mismo que el
aceite da luz, este nombre ilumina las mentes. Igual que el aceite cura las
heridas, fortalece los miembros de los atletas y alimenta los cuerpos, así el
nombre de Jesús restaura las almas, las robustece y nutre.
¿Por
qué, entre los nombres que al Mesías proféticamente se le adjudicaron, falta
éste de Jesús?
“¿Qué diremos al ver que aquel ilustre profeta, prediciendo que este mismo Niño había de ser llamado con muchos nombres, parece haber callado sólo éste, el cual sólo (como dijo antes el ángel y testifica el evangelista) se llamó su nombre? Deseó ardientemente Isaías ver este día; lo vio y se alegró. En fin, hablaba golosísimo, y alabando a Dios decía: “Un Niño nos ha nacido y un hijo nos han dado; la insignia de su principado han puesto sobre su hombre, y será llamado el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la paz. Grandes nombres, a la verdad; pero ¿dónde está el nombre que está sobre todo nombre, el nombre de Jesús, al cual se dobla toda rodilla? Tal vez en todos estos nombres hallarás sólo éste, Jesús; pero en algún modo exprimido y derramado. Sin duda él mismo es de quien la Esposa dice en el cántico de amor: “Aceite derramado es tu nombre”” (S. Bernardo, In Circumc. Dni., 2,4; ML 183,136).
Todos
los nombres están contenidos en el de Jesús, y lo que hacen las Escrituras es dárnoslo
como repartido en otros muchos títulos que a Cristo se atribuyen. Igual que
cuando queremos echar vino en una vasija de cuello estrecho, lo hacemos
despacio y poco a poco. Tiene tantas facetas y colores Jesucristo, que se hace
necesario decirlos uno a uno y concertar los que parecen contrarios.
Porque
Jesús es monte grande por su divinidad y monte pequeño por su humanidad
desvalida; es piedrecilla que se hace monte (Dn 2,44-45).
Es estrella (Nm 24,17) que se
hace sol (Ap 21,23).
Es el fuerte (Is 9,6) y el
degollado (Ap 5,9).
Es un cedro frondoso (Ez 17,23) y
una humilde raíz de tierra seca (Is 53,2).
Es nuestro padre (Jn 13,33) y
nuestro hermano (Jn 20,17) y nuestro esposo (Mt 9,15).
Es el Padre del siglo futuro (Is 9,6)
y a la vez fue engendrado desde el principio (Mq 5,2-4).
Alfa y Omega de la eternidad,
alfa de un tiempo y omega de otro; circunferencia y centro. Vino, viene y vendrá;
y no se mueve.
Es piedra de tropieza (1P 2,6) y
piedra angular de la casa (Ef 2,20).
Es Señor de los ejércitos (Jr
2,16) y es nuestra paz (Ef 2,14).
Es león (Is 31,4) y cordero (Jn
1,29).
Es nuestro juez (Jn 5,22) y
nuestro abogado (1Jn 2,1).
Cristo lo es todo.
Es el nuevo Noé que sobrevivió al
diluvio y ha sido constituido padre de una nueva humanidad;
es el arca donde hallamos
refugio, es el pez de los anagramas, es el agua que quita toda sed.
Es agua y vino que engendra vírgenes.
Es el vino que santamente
embriaga, es la uva pisada en el lagar del Calvario, es la cepa que vivifica
los sarmientos, es la viña fértil que nunca da agraces, es el viñador que
arranca las ramas secas y poda las fecundas.
Es pasto y pastor, y puerta del
redil, y cordero. Cordero pastor: “el Cordero, que está en medio del trono, los
apacentará” (Ap 7,17).
Es camino a recorrer, es nuestro
guía para todo camino, es el viático para el camino, es la patria adonde el
camino conduce.
Es la luz que veremos y la luz
mediante la cual veremos la luz.
Es el sembrador que arroja la
simiente en nuestros pechos, y es la semilla que murió y produjo lozana espiga,
y es la única tierra donde germina lo santo.
Es el alimento y nuestro
comensal.
Es el templo y el que mora en el
templo.
Es el ungido y el óleo.
Es el esposo y el vestido de
bodas.
Es el legislador y la ley.
Es el que premia y es el único
premio que se goza.
Es el que mide y es la medida de
todo.
Es el médico y la medicina.
Es el maestro y la verdad.
Es el rey y el reino.
Es el sacerdote y la hostia.
Es la piedra preciosa que vale más
que todas las haciendas y es “la piedra blanca en que está escrito el nombre
nuevo” (Ap 2,17). Y este nombre es Jesús”.
(CABODEVILLA, J.M., Señora nuestra. Cristo vivo, Madrid
2004, 344-345).
Feliz Navidad Padre.
ResponderEliminarAbrazos fraternos
Es el amigo que nunca te abandona.
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