“Exulten por fin los coros de los ángeles
exulten las jerarquías del cielo,
y por la victoria de Rey tan poderoso,
que las trompetas anuncien la salvación”.
Durante
toda la Cuaresma
la Iglesia se ha ido preparando para esta celebración cumbre y fuente de la
vida espiritual. Es la vigilia más tradicional y antigua de la Iglesia, donde los fieles
abarrotaban las iglesias en una celebración larga y muy festiva, solemne,
fecunda espiritualmente. “Esta noche la
pasamos en vigilia –predicaba San Agustín- porque el Señor ha resucitado y ha
dado comienzo en su propia carne a aquella vida que no conoce ni muerte ni
sueño; de tal manera ha resucitado que ya no puede volver a morir ni tiene ya
la muerte algún dominio sobre él... Por lo tanto, aquél a quien cantamos
resucitado mientras celebramos la vigilia, hará que vivamos reinando con él
para siempre” (Serm. Guelferb. 5,4).
“La
comunidad cristiana en los primeros siglos, como primer núcleo de la celebración
de la Pascua
anual, organizó una noche en vela, entre el Sábado y el Domingo: la Iglesia, como Esposa,
velando junto a su Esposo, compartiendo y celebrando con él el misterio de su
Pascua, su paso a través de la muerte a la nueva existencia. Al igual que cada
semana celebraban los cristianos el “día del Señor” Resucitado, sobre todo con la Eucaristía, así cada
año, al menos desde los inicios del siglo II, celebraban esta noche pascual con
una vigilia prolongada”[1].
La primera parte de la vigilia pascual es
el Lucernario, la bendición del fuego, la procesión con el cirio pascual y
el canto del Pregón pascual. Rito de la luz, de la fiesta del Resucitado que
rompe la noche. Es Cristo, Luz de los pueblos, Cristo, Luz del mundo; Cristo
Glorioso. “La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del
corazón y del espíritu”. Esta aclamación del sacerdote es el contenido
espiritual del rito. Cristo con su luz disipa las tinieblas que envuelven el
mundo y también estas tinieblas y oscuridades que embargan al alma.
¡Qué
feliz está la Iglesia
en esta noche de la Pascua!
Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo con las aclamaciones
del pueblo.
La
experiencia inicial de la luz y del Cirio pascual (junto al ambón o en medio
del presbiterio) es todo un símbolo, una lección espiritual. “Hay que vivir
estas cosas con alma de niño, sencilla pero vibrante, para estar en condiciones
de entrar en la mentalidad de la
Iglesia en este momento de júbilo. El mundo conoce demasiado
bien las tinieblas que envuelven a su tierra en infortunio y congoja. Pero en
esa hora, puede decirse que su desdicha ha atraído la misericordia, y que el
Señor quiere invadirlo todo con oleadas de su luz”[2].
Estamos
en la noche. No es una Misa de sábado por la tarde, como a veces se ha
presentado. Es la noche, el encuentro con el Señor resucitado, y la Iglesia, como las vírgenes
prudentes, esperan con las lámparas encendidas la vuelta de Cristo de la
muerte. Es la celebración que comienza ya por la noche (y no al atardecer) para
tener una vigilia-velada en honor de Cristo Resucitado.
Éstas son las fiestas de Pascua,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los
fieles.
Ésta es la noche en que sacaste de Egipto
a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.
Ésta es la noche en que la columna de fuego
esclareció las tinieblas del pecado.
Ésta es la noche
en la que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.
Ésta es la noche en que,
rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo...
¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los
muertos...
El
pregón pascual cantado mientras los fieles tienen las velas encendidas,
proclama la gloria de la noche, la noche más santa, “noche de gracia”. ¿No es
ésta la noche por antonomasia que une a Cristo con su Esposa amada, la Iglesia? Ecos de esta
noche lo podremos hallar en la poesía de san Juan de la Cruz.
En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que el alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
La segunda parte, la liturgia de la Palabra, es una
preciosa contemplación espiritual, que debe escucharse con “silencio
meditativo”[3],
de toda la historia de la salvación. Lecturas, cada una con su salmo cantado,
un breve silencio y oración del sacerdote. Todo queda iluminado por Cristo,
todo apuntaba ya a la
Resurrección del Señor, y se simboliza con el cirio pascual
encendido junto al ambón. La historia de la salvación se compendia en las nueve
lecturas de esta noche santa, comenzando por la creación del mundo según el
libro del Génesis y culminando en lo más grande, la Resurrección de
Cristo.
En
el paso del Antiguo al Nuevo Testamento, se canta el gloria para expresar ese
paso de las promesas a la realidad.
Ahora con la carta a los Romanos y el Evangelio precedido del solemne
Aleluya, se realiza todo lo que estaba profetizado. El culmen es el Aleluya y
el evangelio, un anuncio evangélico igual que en aquella noche el ángel anunció
a las mujeres que el Señor había resucitado.
La tercera parte es la liturgia bautismal.
Ahora participamos de la vida del Resucitado: el Bautismo y la Eucaristía nos unen a
Cristo glorioso.
Se
bendice el agua bautismal recordando en la preciosa plegaria de bendición
(cuando hay bautizos) el simbolismo del agua: es seno de vida, como las aguas
del Mar Rojo, como las aguas del Jordán, como el sepulcro del Señor, donde va a
brotar la vida, una nueva vida.
Luego,
se procede al Bautismo de los niños y de los adultos, y la forma tradicional es
bañando al niño (por inmersión) porque es más expresivo, ya que bautizar
significa “bañar”, “sumergir”. Después de realizar los bautismos y ya con las
túnicas blancas y los cirios en las manos de los recién bautizados, todos los
fieles, con las velas encendidas van a renovar sus promesas bautismales y
recibir la aspersión del agua. ¡Qué espectáculo! Se engendra por el Bautismo un
pueblo nuevo, pueblo de bautizados, una humanidad nueva, que por el Bautismo y
las velas encendidas expresan su vocación de ser luz en medio de las gentes, un
pueblo nuevo, el pueblo cristiano.
La cuarta y última parte es la celebración
eucarística. Se prepara el altar, adornado con flores y los mejores
manteles, para el banquete eucarístico de la Resurrección del
Señor. Espiritualmente hemos de tener cuidado de no cansarnos: donde hemos de
volcar ya plenamente el corazón es ahora en la parte eucarística, más que en el
fuego (que parece un gesto más simpático), ni debemos apresurar el ritmo ahora
para acabar pronto. La última parte es la Eucaristía, cumbre de toda la Vigilia pascual. El
Resucitado se va a hacer presente en el Sacramento de la Eucaristía. Esta
Eucaristía es la más solemne del año, aunque no estemos muy acostumbrados a
ella, más importante para la
Iglesia incluso que la Misa del Jueves Santo o la Misa de medianoche de la Navidad (que coincide con
la noche de Pascua de Resurrección).
Esta
parte eucarística es la
Presencia del Resucitado en medio de su pueblo. Es el
Banquete de Bodas de Cristo Glorioso con su Esposa, la Iglesia.
“La
eucaristía es la verdadera Pascua de la Iglesia. Ella
realiza el continuo pasar a la vida definitiva; es actualización del misterio
de la Pascua,
purificación del hombre. De ella depende la remisión de los pecados en el
bautismo... La Iglesia
se edifica y se consolida constantemente por medio de la repetición de la Cena pascual, confrontada con
el sacrificio único de la Cruz
y ofreciéndolo al Padre con el Hijo...
La
eucaristía está íntimamente unida a la resurrección del Señor. Pues sin la resurrección
de Cristo, ¿qué podría significar la eucaristía, vaciada así de todo contenido?
La eucaristía supone la resurrección y se la comunica a los hombres... Sin la
resurrección, la eucaristía sería una mera comida de fraternidad, carente de
toda actividad que comunicara la vida de Dios, y no sería creadora...
Así
pues, celebrar la eucaristía es, y muy especialmente en esta Noche de la resurrección
de Cristo, la cumbre absoluta de la actividad de la Iglesia, el acto clave en
la celebración de la Vigilia
pascual”[4].
Toda
la Cuaresma
con sus ayunos, oraciones y limosnas, con sus prácticas penitenciales y
mortificación preparan para estas grandes celebraciones. Las necesitamos como
fuente de vida cristiana y espiritual. Deseemos que lleguen y participemos
plenamente en todas ellas.
En la Primera Carta a los Corintios, dice San Pablo: "Si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana". La resurrección del Señor, que es el centro de nuestra fe, no es un volver a esta vida. Nos dirá San Pablo en la Carta a los Romanos: "Una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere". Y "La muerte ya no tiene poder sobre Él". Que Jesucristo venza a la muerte, quiere decir que nada es capaz de frenar la causa de Jesucristo; su capacidad, su fuerza de vida.
ResponderEliminarNosotros en estos días de Semana Santa hemos meditado sobre el final de la vida de Cristo, y hemos descubierto que los enemigos de Cristo y, detrás de todos ellos, Satanás querían aniquilar, anular, sepultar a Jesucristo. Pero resulta que Él ha resucitado, y esto quiere decir que ningún recurso es suficiente para vencer la potencia que hay en Él; que Dios Padre se ha declarado en favor de la vida de su Hijo Jesucristo, en favor de su obra de liberación, que somos precisamente nosotros. Cristo se le escapó al mal.
Esta es una importante noticia para nosotros porque como decimos en el Credo Niceno-Constantinopolitano: "Todo fue por nosotros y por nuestra salvación." Así resucitado, manifiesta un poder que está por encima de todo poder, un poder que al mismo tiempo está a favor de nuestra causa,
Jesús, después de haber probado el vinagre, exclamó: «Todo está cumplido»; e, inclinando la cabeza, expiró (de las antífonas de Vísperas)
Muy Feliz Pascua de Resurección y muchiiiisimas gracias D. Javier por sus catequesis .
ResponderEliminarUn abrazo Maria M.