Ya
san Pablo expresa la novedad radical del ser cristiano con un cambio de
vestiduras: “Revestíos del Señor Jesucristo” (Rm 13,13), “os habéis revestido
de Cristo” (Gal 3,27). El cambio de vestidos en la liturgia expresa el cambio
en lo interior del ser obrado por la gracia en el sacramento, o el nuevo modo
de vivir en la Iglesia en el caso de la profesión religiosa.
Vestidos
bautismales
La
Tradición, desde el principio, despojaba a los catecúmenos de sus vestidos, los
bautizaba desnudos, y después les entregaba las vestiduras blancas, símbolo de
su nueva condición:
“Bautizad
después a los hombres y finalmente a las mujeres, que habrán dejado sueltos sus
cabellos y habrán dejado a un lado las joyas de oro y plata que llevaban, pues
nadie llevará consigo un objeto extraño al introducirse en el agua… De este
modo [el sacerdote] lo entregará desnudo al obispo o al presbítero que, a fin
de bautizarlo, está en pie junto al agua” (Hipólito, Traditio, c. 21).
Era
una cuestión práctica: el bautismo era realmente un baño y por tanto había que
desnudarse para entrar en la fuente bautismal.