Origen y
desarrollo de la cruz en la liturgia
La
cruz es el signo del cristiano, del hombre que ha sido redimido por la muerte y
la resurrección del Señor. Es además uno de los grandes signos de todas las
Iglesias cristianas.
En
el 450, ya Narsai de Nísibe (rito siríaco) habla de una cruz puesta sobre el
altar para la Misa, pero aún parece ser una práctica de la Iglesia siro-caldea,
desconocida para griegos y latinos.
La
cruz comenzó a usarse en las procesiones litúrgicas. En la Misa estacional, en
el siglo VII, acudían a la basílica para la Misa papal de las siete regiones de
Roma en siete procesiones, cada una con una cruz procesional de plata a la
cabeza (Jungmann, p. 105). Poco a poco, la cruz se incorpora para la misma
procesión del Papa.
La
cruz procesional se podía quitar del asta y colocarla sobre el altar, como se
refleja en el OR XI de mitad del siglo XII.
La
primera representación de la cruz sobre el altar (en el centro y con dos velas)
es de una miniatura del siglo XI; también aparece en un fresco de la basílica
de San Lorenzo (Roma) en la segunda mitad del siglo XIII. Esto era ya práctica
común; el papa Inocencio III, a principios del siglo XIII, advierte: “Entre dos
candelabros se coloca en medio del altar la Cruz”.
Al
principio era sólo la Cruz, hermosa, sin imagen. Propiamente el crucifijo
comienza a aparecer en el siglo XIV.
Pero
también existió la costumbre de una gran cruz que, sobre el arco mayor o sobre
el altar, colgaba, atrayendo la vista de todo.
El crucifijo en la
liturgia vigente
En
la liturgia actual se prescribe que siempre haya una cruz cerca del lugar de la
celebración que presida, sobre él o cerca del altar. Siempre será preferible o
que presida el presbiterio o que esté cerca del altar.
“Igualmente,
sobre el altar, o cerca de él, colóquese una cruz con la imagen de Cristo
crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos por el pueblo congregado. Es
importante que esta cruz permanezca cerca del altar, aún fuera de las
celebraciones litúrgicas, para que recuerde a los fieles la pasión salvífica
del Señor” (IGMR 308).
Una
sola cruz preside la celebración: “La cruz adornada con la imagen de
Cristo crucificado y tal vez llevada en la procesión, puede erigirse cerca del
altar para que se convierta en cruz del altar, la cual debe ser una sola” (IGMR
122).
La
cruz, con la imagen del Crucificado, está cerca del altar para visualizar
claramente la naturaleza sacrificial del rito eucarístico; lo que acontece
sobre el altar es, bajo el velo de los sacramentos, la actualización del sacrificio
pascual de Cristo para la redención de los hombres en el altar. No es, por
tanto, un recuerdo de algo pasado, ni una comida más, ni una reunión fraterna
de los hombres entre sí… sino que la cruz junto al altar nos sitúa a todos en
la verdad del Misterio.
La
cruz abre la procesión de entrada, porque es la cruz la que guía a la Iglesia
peregrina en el mundo. La cruz preside la celebración, porque el misterio que
contemplamos en el crucificado es el mismo misterio que se hace presente en la
liturgia con su fuerza salvadora. La cruz va precedida por el incensario
humeante y por cirios.
Por
eso a la cruz se la inciensa con respeto y honor en la Misa: al inicio, en el
rito de entrada: “El sacerdote se acercaal altar y lo venera con un
beso. En seguida, según corresponda, inciensa la cruz y el altar rodeándolo”
(IGMR 123). Y vuelve a incensar la cruz en el ofertorio: señala así como la
cruz está unida a las ofrendas y al altar para el sacrificio, en un mismo
movimiento de veneración y ofrenda a Dios así como, luego, se inciensa al
propio sacerdote y a los fieles: “En seguida, si se usa incienso, el sacerdote
lo echa en el incensario, lo bendice sin decir nada, e inciensa las ofrendas,
la cruz y el altar. El ministro de pie, a un lado del altar, inciensa al
sacerdote y después al pueblo” (IGMR 144).
La Cruz adorada el
Viernes Santo
El Viernes Santo, se la adora, haciendo
genuflexión y besándola.
Tradicionalmente
–y lo podemos hacer aún- la cruz y las imágenes se velaban en la semana V de
Cuaresma. Por eso cobraba tantísima fuerza plástica que la Cruz en la liturgia
del Viernes Santo se presentase velada y se descubriese con rito solemne al pie
del presbiterio. Se le añadió otra forma de presentación, sin velar, trayéndola
desde el fondo de la iglesia en procesión:
Primera
forma de presentación de la santa Cruz: “Mientras el diácono, acompañado por
dos acólitos con cirios encendidos, lleva al altar la Cruz cubierta, el Obispo se acerca al altar con sus diáconos
asistentes y allí, de pie y sin mitra, recibe la Cruz y en tres momentos
sucesivos la descubre y la presenta a la adoración de los fieles…” (CE 321).
Segunda
forma de presentación de la santa Cruz: “El diácono, acompañado por los
acólitos, va a la puerta de la iglesia donde toma la Cruz descubierta. Los acólitos, por su parte, llevan los
candeleros con los cirios encendidos, y se hace la procesión a través de la
iglesia hacia el presbiterio” (CE 321).
El
rito es sobrio e impresionante. Se canta: “Mirad el árbol de la cruz, en que
estuvo clavada la salvación del mundo” y se responde: “Venid a adorarlo”. Tras
lo cual, todos “se arrodillan, y durante breve tiempo adoran en silencio la
Cruz” (CE 321).
La
Cruz es la absoluta protagonista de la Liturgia de la Pasión del Señor el
Viernes Santo, por eso es importante que sea una Cruz hermosa y digna y el rito
transcurra con solemnidad:
“En
la ostensión de la Cruz úsese una cruz suficiente, grande y bella. De las dos
formas que se proponen en el Misal para mostrar la Cruz, elíjase la que se
juzgue más apropiada. Este rito ha de hacerse con un esplendor digno de la
gloria del misterio de nuestra salvación; tanto la invitación al mostrar la
Cruz como la respuesta del pueblo hágase con canto, y no se omita el silencio
de reverencia que sigue a cada una de las postraciones, mientras el sacerdote
celebrante, permaneciendo de pie, muestra en alto la Cruz.
Cada
uno de los presentes del clero y pueblo se acercará a la Cruz para adorarla,
dado que la adoración personal de la Cruz es un elemento muy importante de esta
celebración, y únicamente en el caso de una extraordinaria presencia de fieles
se utilizará el modo de la adoración hecha por todos a la vez.
Úsese
una única cruz para la adoración, tal como lo requiere la verdad del signo…”
(Cong. Culto divino, Preparación y celebración de las fiestas pascuales, nn.
68-69).
La
Cruz es adorada después por los fieles tras la celebración: “Terminada la
celebración, se despoja el altar, dejando la Cruz con cuatro candelabros.
Dispóngase en la iglesia un lugar adecuado (por ejemplo, la capilla donde se
colocó la reserva de la Eucaristía el Jueves Santo), para colocar allí la Cruz,
a fin de que los fieles puedan adorarla, besarla y permanecer en oración y
meditación” (Carta…, n. 71).
Ante
la Cruz se hace genuflexión hasta la noche de la Vigilia pascual.
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