Supieron
Quién los llamaba, Quién los guiaba, Quién los sostenía, y se aferraron a su
mano, bien firmes, para caminar allí por donde el Señor los fuere llevando. No
dudaron, no temblaron, tampoco preguntaron: la mano del Señor los iba
conduciendo y eso les era garantía segura.
Los
santos han sido mirados por Dios con su mirada de amor y de misericordia (“el
mirar de Dios es amar”, dice San Juan de la Cruz, CB 19,6), y los ha llamado, y
los ha reconocido como hijos adoptivos suyos, y los ha ido haciendo semejantes
a Él. Ellos, humildemente, han sido dóciles a tanta gracia, han respondido, y
su respuesta ha estado llena de fidelidad y entrega con un “sí” irrevocable,
con un “fiat” definitivo y total. Pero el primer paso no fue de ellos, la
iniciativa no fue de ellos: el primer paso lo da Dios, su elección libre,
gratuita y misteriosa… su mirada de amor.
Este
núcleo central, la elección de Dios, su libre disposición, hay que repetirlo a
nuestro mundo, a nuestra Iglesia. Los santos, y nosotros, hemos sido mirados
por Dios y Dios ha querido hacernos hijos suyos y conducirnos a que vivamos
plenamente esa filiación. Lo que han hecho los santos, lo que ahora nos toca a
nosotros, es responder a este amor gratuito de Dios.
Es
magnífico saber que estamos en sus manos. ¿Y qué podríamos hacer mejor que
dejarnos llevar por Él y ser fieles? Los santos lo han comprendido
perfectamente. Ellos se abandonaron en Dios, con una postura de confianza
serena y de esperanza cierta. El abandono en Dios reveló su madurez espiritual.
El
abandono implica soltar el lastre del pasado y entregarlo a la Misericordia
divina, sin darle más vueltas, ni lamentarse, ni reabrir heridas. El abandono
se queda en el presente, en el hoy, un hoy divino, donde Dios da lo necesario y
la gracia suficiente viviendo en su amor. El abandono se despreocupa del futuro
porque sabe que está en la Providencia divina. El santo no se angustia por el
mañana, por el futuro de su obra, no se agobia, no va haciendo cálculos y
programas intentando controlar el futuro. Sí es prudente, sí tiene sentido
común para el futuro porque no está alocado ni es irresponsable. Pero desconoce
la angustia y el agobio por el mañana. Viviendo en Dios, sabe que Dios hará lo
necesario, le dará lo suficiente y lo irá llevando mañana como lo hizo ayer y
lo hace hoy.
El
abandono en Dios permite una confianza gozosa y pacífica. ¡Cuántos santos lo
expresaron diciendo: “Dios proveerá”! Se fiaban de Dios.
El
abandono en Dios permite ver la propia historia conducida por la Providencia.
Todo lo que ocurre es por algo, tiene un sentido último, y entonces se
convierte todo en gracia, absolutamente todo, lo agradable y lo áspero, lo
favorable y lo adverso. Dios sabrá. El abandono permite caminar así, y
descubrir en todo la Providencia. “Todo es gracia”, afirmaba una de las grandes
santas del abandono, santa Teresa de Lisieux. “Todo es gracia”, aunque en el
momento presente no descubramos el porqué, el para qué Dios ha querido o
permitido esto. “Todo es gracia”. Él no nos abandona, no nos deja, no reniega
de nosotros.
Abandonados
confiadamente en Dios, caminaron. En cualquier circunstancia sabían que Dios
iba a intervenir cómo y cuándo Él lo estimase conveniente. Es siempre
sorprendente el acontecimiento de un Dios que ha entrado tan profundamente en
la historia del hombre que no ha tenido miramientos ni reparo para entrar en la
historia y caminar a nuestro lado. Es en esa situación donde se afirma la
santidad, demostrando que no existe ninguna situación, por muy paradójica que
sea, en que la gracia de Cristo no pueda obrar visiblemente, en que Dios no
saque bienes de los males y todo sirva para el bien de los que le aman.
El
abandono filial es el tono de los santos. Así vivieron como hijos de Dios, como
un niño en brazos de su madre. Y Dios los fue llevando y actuando sin cesar.
Bastaba confiar en Él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario