Es
uno de los grandes gestos del NT y de nuestra liturgia. La Eucaristía es
designada en el NT como "la fracción del pan". Consistía en un gesto
de bendición a Dios y de comulgar unidos de un solo pan que era partido en
tantos trozos cuantos comensales había. Por la gran amplitud de las asambleas
se fue perdiendo el gesto de partir todo el pan y se introdujeron las hostias
pequeñas que todos conocemos (a partir del s. X).
El
carácter sacrificial
La
fracción del pan eucarístico tiene un carácter sacrificial. Cristo, el Cordero
de Dios, se entrega, es partido, para comunicar su vida y su salvación. Es así
un gesto sacrificial. Es Cristo, "como oveja llevada al matadero"
(Is 53) "el cordero sin defecto ni mancha" (1Pe) que se
entrega al Padre para el perdón de los pecados. En la liturgia se subraya este
carácter sacrificial con el canto del Cordero de Dios (introducido por la papa
Sergio I en el siglo VII).
Signo
de la fraternidad eclesial
La
fracción del pan apunta a la existencia de un solo pan, del que todos
participan. La comunión es comulgar todos en fraternidad de un solo Señor para
que la vida de la Iglesia sea una en Cristo. Al comulgar un solo pan, nos
hacemos un solo Cuerpo con Cristo.
"Porque
aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo nos hacemos, pues todos
participamos de un solo pan" (1Co 10,17).
"Como
este pan estaba disperso por los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida
tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino" (Didajé, cap. IX).
El
Misal es muy claro en destacar y potenciar la fractiopanis:
“El
sacerdote parte el pan eucarístico, con la ayuda, si es del caso, del diácono o
de un concelebrante. El gesto de la fracción del Pan realizado por Cristo en la
Última Cena, que en el tiempo apostólico designó a toda la acción eucarística,
significa que los fieles siendo muchos, en la Comunión de un solo Pan de vida,
que es Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, forman un solo
cuerpo (1Co 10, 17). La fracción comienza después de haberse dado la paz y se
lleva a cabo con la debida reverencia, pero no se debe prolongar
innecesariamente, ni se le considere de excesiva importancia. Este rito está
reservado al sacerdote y al diácono.
El
sacerdote parte el pan e introduce una parte de la Hostia en el cáliz para
significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra de la
redención, a saber, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y glorioso. La súplica
Cordero de Dios se canta según la costumbre, bien sea por los cantores, o por
el cantor seguido de la respuesta del pueblo el pueblo, o por lo menos se dice
en voz alta. La invocación acompaña la fracción del pan, por lo que puede
repetirse cuantas veces sea necesario hasta cuando haya terminado el rito. La
última vez se concluye con las palabras danos la paz” (IGMR n. 83).
“Mientras
se dice Cordero de Dios, los diáconos o algunos de los concelebrantes, pueden
ayudar al celebrante principal a partir las Hostias, sea para Comunión de los
concelebrantes, sea para la del pueblo” (IGMR n. 240).
Recordemos
que el Pan debe ser partido realmente en diversos trozos para que al menos
algunos fieles puedan comulgar de ellos:
“La
naturaleza del signo exige que la materia de la celebración eucarística
aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el pan eucarístico,
aunque sea ácimo y elaborado en la forma tradicional, se haga de tal forma, que
el sacerdote en la Misa celebrada con pueblo, pueda realmente partir la
Hostia en varias partes y distribuirlas, por lo menos a algunos fieles. Sin
embargo, de ningún modo se excluyen las hostias pequeñas, cuando lo exija el
número de los que van a recibir la Sagrada Comunión y otras razones pastorales.
Pero el gesto de la fracción del pan, con el cual sencillamente se designaba la
Eucaristía en los tiempos apostólicos, manifestará claramente la fuerza y la
importancia de signo: de unidad de todos en un único pan y de caridad por el
hecho de que se distribuye un único pan entre hermanos” (IGMR 321).
Este
era el modo y la práctica habituales en todos los ritos pero también en el rito
romano, hasta que se fue estilizando (la Hostia sólo en tres trozos) y la
comunión se situaba fuera de la Misa. La práctica tradicional era la siguiente
según la descripción de Jungmann en las misas estacionales (que eran el
prototipo):
“La
fracción del pan tuvo asimismo gran importancia en el culto romano de los diez
primeros siglos. En los oficios estacionales, terminado el Paternoster, los
acólitos se acercaban al altar y recibían de manos de diácono las Hostias
consagradas dispuestas en grandes patenas o sobre manteles de lino. Se
colocaban seguidamente junto a los obispos y sacerdotes que rodeaban el altar,
y éstos se encargaban entonces de partir los panes consagrados... La fracción
del pan no tenía al principio otra finalidad que obtener los fragmentos
suficientes para la Comunión del pueblo. El uso del pan ázimo y –algo más
tarde- el de las formas pequeñas hicieron innecesaria esta ceremonia”[1].
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