Un
tercer motivo que converge es el tema de la fe de Abraham que se mueve en la
oscuridad frente a Dios. El relato comienza advirtiendo que era una prueba que
el Señor hizo al patriarca (Gn 22,1) evitando así el posible escándalo o
sorpresa de encontrarse con un Dios que pide el sacrificio del hijo único de
una padre anciano; un hijo esperado que es el único descendiente -Ismael está
fuera de la casa- y sobre el que recae la promesa de bendición de Yahvé.
Es una
prueba terrible que adquiere tintes dramáticos si advertimos que Abraham no
sabe que es una prueba.
Con el sacrificio de este hijo
(homicidio) se suicida Abraham, puesto que se le impide la sobrevivencia y el
acceso a los promesas que dieron sentido a su peregrinar.
¿Cómo
entenderlo? Dios le pidió que renunciara a su pasado en su vocación
obligándole a salir de su tierra (Gn 12,1ss) y ahora le pide que renuncia a
su porvenir sacrificando al descendiente de la promesa.
El
dilema de Abraham se plantea entonces en estos términos: ¿Con qué quedarse? ¿Con las promesas de Dios o
con el Dios de las promesas?
Abraham
se tiene que enfrentar él solo a esta oscuridad de la fe: al pie de la montaña
deja a los dos siervos (22,5) y sube al monte el anciano Abraham y su hijo
único, "al que amaba" (cfr. Gn 22,2). Allí tendrá lugar el gran
combate.
Abraham cumple lo que el Señor le pide y sacrifica su hijo al Señor,
no matándole, sino ofreciéndoselo antes en su corazón por la obediencia.
La respuesta
del Señor, en el clímax del drama, es urgente: por dos veces llama Dios a
Abraham para que no baje su brazo con el cuchillo y degüelle a Isaac, sino que
ofrezca un carnero. Así, por la tremenda fe de Abraham y su obediencia, -el
auténtico temor del Señor- recibe a su hijo Isaac como gracia del Señor y es
bendecido plenamente por Yahvé.
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