El nuevo día amanece y todo lo
ilumina. La Iglesia
canta la alabanza del Señor y glorifica la resurrección de Cristo cada mañana,
en un oficio matutino de alabanza. Así nació, en Oriente, un himno que ha
alcanzado una inmensa divulgación: “Gloria a Dios en el cielo”.
Es
tan bello, fue tan inmensamente popular, contiene una alabanza fuertemente
teológica y muy literaria, que se extendió desde Oriente a las Iglesias de
Occidente que lo recibieron y emplearon en su liturgia.
Por
ejemplo, en nuestro rito hispano-mozárabe, tan oriental y con tantos contactos
con las liturgias orientales, lo introdujo en la celebración de la
Misa. Así el sacerdote, durante el canto
inicial (praelegendum, se llama) reza inclinado al pie del altar, sube a
besarlo, y se dirige a la sede-chorus (que no es exactamente la sede
presidencial romana, situada en el ábside según la tradición, sino más bien en
el crucero de la iglesia) y se entona directamente el Gloria.
Tras
el Gloria, el sacerdote recita una oración llamada “post-gloriam” (sin decir
“Oremos”, sino como si fuera una continuación del himno) que suele glosar o
desarrollar algunas frases del himno que se acaba de entonar. Por ejemplo, la
oración post-gloriam de la solemnidad de Santa María, el 18 de diciembre, es
una resonancia del Gloria:
Se te debe,
Señor, la gloria en los cielos,
la paz honra a
los hombres de buena voluntad;
eres
ciertamente glorificado por el incesante canto concertado,
pero desde el
cielo te complaces también con las alabanzas de los hombres.
Haz, pues, que
en la tierra,
nuestros
deseos de alabarte
alcancen los
méritos celestiales,
de forma que
los que emulamos a las potestades
del cielo en
su eterna proclamación,
alcancemos el
perdón de los pecados
y participemos
de la suerte de los santos ángeles
por la
reconciliación en la paz del mediador.
O
la del domingo IX de cotidiano (equivalente a nuestro tiempo ordinario o per
annum):
A ti, Señor,
te alaban en el cielo los ángeles y las virtudes,
a ti, desde la
tierra, tributa su alabanza toda la creación;
acepta con
benevolencia los obsequios de la tierra,
como te
complaces en la gloria
que te rinden
en el cielo.
En
Roma distinto fue el proceso. Las palabras iniciales del himno “Gloria a Dios en
el cielo y en la tierra paz”, al ser la de los ángeles en el Nacimiento del
Salvador, indujeron a cantar este himno en la Misa de Navidad presidida por el Papa. Estamos en
el siglo IV aproximadamente.
De
ahí, por imitación de la liturgia de Roma, pasó a las Misas episcopales en las
solemnidades presididas por el obispo en las grandes fiestas. Lo vemos ya en
los siglos V-VI, probablemente a causa del papa Símaco, hacia el año 500, hasta
terminar también extendiéndose a las Misas presbiterales, la del sacerdote en
su parroquia, en Pascua o en alguna celebración especialmente solemne, sobre el
siglo VII. Luego, después de cantarse al principio sólo en Pascua, en las demás
Misas solemnes, generalizándose en los siglos X-XI por influjo de los libros
litúrgicos franco-germánicos y también por los usos monásticos.
En
el Ordo romano I, papal, del siglo VIII, leemos cómo se entona después del
Kyrie: “Llegado (el Kyrie eleison) a su final, el pontífice, girándose de cara
al pueblo empieza el Gloria in excelsis
Deo, según sea propio o no del tiempo litúrgico. Se gira después de nuevo
hacia oriente hasta el final del Gloria.
Luego, se gira de nuevo hacia el pueblo y dice: La paz esté con vosotros y volviéndose de nuevo hacia oriente, dice
Oremus y recita la oración. Una vez
la ha concluido, se sienta. Asimismo, los obispos y los presbíteros se sientan”
(n. 53).
Por
tanto, en el ámbito del rito romano primero fue un canto excepcional, para la Navidad, y de ahí se
extendió su uso para más solemnidades en la Misa episcopal, y, por último, también para la Misa presbiteral en Pascua,
solemnidades y domingos.
El
contenido del Gloria es el de un himno bien articulado, que goza del sabor de la Tradición eclesial,
cantado por muchas generaciones en la liturgia tanto de Oriente como de
Occidente. Une la alabanza, la petición y la glorificación de Dios (que se
llama doxología).
Gloria
in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis!
Arranca
el himno en tono sumamente festivo con las mismas palabras que los ángeles
cantaron la noche del nacimiento del Salvador. Así dispone el alma con júbilo y
estupor ante la bondad de Dios y su misericordia.
¡Gloria
a Dios! Glorificar a Dios es reconocerle como Dios único y alabarlo, es
proclamar y cantar sus maravillas renunciando el hombre a buscar su propia
gloria o enaltecimiento, sin idolatrarse ni idolatrar a nada ni a nadie.
“Al
Señor, tu Dios, adorarás, y sólo a Él darás culto” (Dt 6,13). Al pueblo de
Israel, y hoy a la Iglesia,
se le dice: “¡dad gloria a nuestro Dios!” (Dt 32,3). Los salmos son un continuo
canto, dichoso y feliz, de la gloria de Dios: “los cielos proclaman la gloria
de Dios” (Sal 18A), “glorifica al Señor, Jerusalén” (Sal 147). Todos están
invitados: “Aclamad la gloria y el poder del Señor” (Sal 28), porque “grande es
el Señor, merece toda alabanza” (Sal 144), “grande es el Señor y muy digno de
alabanza” (Sal 47). “Glorificadlo” (Sal 21).
La
vida cristiana es una continua alabanza y glorificación de Dios. Nuestras
buenas obras deben ser causa para que otros “den gloria a vuestro Padre que
está en el cielo” (Mt 5,16) mientras que glorificamos a Cristo Señor en
nuestros corazones (cf. 1P 3,15) de forma que todo, absolutamente todo lo que
hagamos, es “para gloria de Dios” (1Co 10,31). Vivimos así como canta el salmo
113B: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria”.
¡Feliz Año 2020, Pater!
ResponderEliminarAbrazos fraternos.