Dada la necesidad de una formación constante y continua sobre la liturgia, que nos ayude a vivir mejor la Eucaristía, participar activamente, orar fervorosamente, comprender el Misterio, vamos a dar pasos en la comprensión y asimilación de la Gran Plegaria Eucarística.
Son éstas unas catequesis que se fueron publicando en los boletines de la Adoración Nocturna, tanto masculina como femenina, de mi diócesis.
El Prefacio y el
Santo
-Comentarios a la
plegaria eucarística-
“En
la Plegaria
Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la
salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo” (IGMR
72).
El
primer momento de la plegaria eucarística es el prefacio, la alabanza siempre
dirigida al Padre, con el que la
Iglesia, por Cristo y movida por el Espíritu Santo, da
gracias al Padre.
Deseamos
en el principio de la plegaria que Cristo esté con su sacerdote y el Espíritu
Santo actúe en su espíritu sacerdotal (“-y con tu espíritu”) para pronunciar
santamente esta sagrada plegaria y que el Señor Jesucristo actúe por medio de
su sacerdote.
¡Tenemos
levantado el corazón hacia el Señor! Lo desatamos de las distracciones y
ocupaciones materiales, lo despegamos de la tierra para que se levante con
Cristo al Padre y busquemos las cosas de arriba, con esperanza teologal. Sumo
recogimiento y fervor, devoción y atención cordial, amor de Dios y esperanza en
Él: entonces la Iglesia
por boca del sacerdote eleva la acción de gracias y expone los motivos de su
alabanza.
“El sacerdote
invita al pueblo a elevar los corazones hacia el Señor, en oración y en acción
de gracias, y lo asocia a sí mismo en la oración que él dirige en nombre de
toda la comunidad a Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo. El
sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo
en la confesión de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio. La Plegaria Eucarística
exige que todos la escuchen con reverencia y con silencio” (IGMR 78).
En
verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, dar gracias al
Padre, “glorificarte siempre, Señor”; “es nuestro deber cantar en tu honor
himnos de bendición y de alabanza” (III Adv), “es justo bendecir tu nombre,
Padre rico en misericordia” (V Cuar), “es justo y necesario que todas tus
criaturas, en el cielo y en la tierra, se unan en tu alabanza” (después Asc),
“es justo bendecirte y darte gracias, Padre santo fuente de la verdad y de la
vida” (X Domin), “Dios de misericordia” (Unc), “Dios de la alianza y de la paz”
(Común VII).
Damos
gracias al Señor “por Cristo, Señor nuestro”, “por Jesucristo, tu Hijo amado”
(Común VI), por Cristo “verdadero y único Sacerdote” (I Euc), “tu Hijo, Señor
del Universo” (después Asc), “Señor y Redentor nuestro” (Unc).
Entonces, por medio de Cristo y
unidos a Él, cantamos la acción de gracias al Padre. Los motivos son grandes y
variados, no pequeños, particulares, privados, de una comunidad de fieles particular.
Por cosas grandes damos gracias al Padre: por Cristo mismo, por la creación,
por su Encarnación y Misterio Pascual, por su Madre Santísima y por los santos,
por sus sacramentos, por la vida eterna que nos ofrece.
Damos
gracias al Padre por el Señor Jesucristo, porque mejor que Él nada existe; ¡lo
mejor que nos ha pasado nunca: conocerle y ser amados por Él!
De
Cristo decimos que es “el fundamento de todo y de cuya plenitud el Padre quiso
que participáramos todos. Siendo de condición divina se despojó de su rango, y
por su sangre derramada en la cruz puso en paz todas las cosas; y así, constituido
Señor del universo, es fuente de salvación eterna para cuantos creemos en Él” (Pf
Común I). Cristo, el amado Hijo del Padre, es “no sólo el creador del género
humano sino también el autor generoso de la nueva creación” (Común III).
“¡Grandes
y maravillosas son tus obras, Señor!”, se canta en el cielo, según dice el
Apocalipsis.
Aquí
y ahora, en la plegaria eucarística, la Iglesia terrena y peregrina, se asocia al mismo
canto de la Iglesia
del cielo, con “los ángeles que cantan con júbilo eterno”, “con los ángeles y
arcángeles y con todos los coros celestiales”, “los coros angélicos”, “con los
ángeles y los santos”, y entona: “Santo, Santo, Santo es el Señor” (cf. Is
6,3).
La Gloria de Dios llena el universo y se hace
presente aquí y ahora en la
Eucaristía: “Bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt
21,10); ¡Bendito sea Jesucristo, que viene ahora en la Eucaristía! ¡Bendito,
sí, que viene y transforma el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre! ¡Bendito el
que viene a nuestro altar!
“Hosanna
en el cielo”: Sálvanos, Señor; ayúdanos, Señor. Rey nuestro, protege a tus
fieles.
Javier Sánchez Martínez, pbro.
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