¿Cómo no poseerá María con su carne santa el reino de los cielos, ella que no cometió deshonestidad ni adulterio ni fue petulante ni realizó obra alguna torpe de la carne sino que permaneció limpia?[1]
“¡Qué pregón tan glorioso para ti, María! Hoy has sido elevada por encima de los ángeles y con Cristo triunfas para siempre!” (Ant. Entrada Misa vespertina)
Esta fiesta es particularmente interesante en orden
a ver la esperanza de la
Iglesia anhelando el futuro que ya contempla gozosamente en la Virgen. Si bien el
dogma proclamado es muy reciente (1-Noviembre-1950), esta fiesta mariana tiene
gran raigambre dentro de la tradición litúrgica de muchas Iglesias.
Es
conveniente, para captar incluso la profundidad de este misterio, mirar la
historia de la liturgia para ver cómo la Iglesia ha considerado de gran importancia el
tránsito glorioso de María en orden a comprender y anhelar su misma gloria en
el cielo.
Esta solemnidad hay que considerarla como el
prototipo de las primeras fiestas marianas, "el día de la Madre de Dios María, como la
denomina el Leccionario Armenio de Jerusalén (siglo V) aunque la fiesta se
centró más tarde en la glorificación de María, es decir, en su dies
natalis"[2].
Esta fiesta "desde
el s. VI celebra la Iglesia
oriental la fiesta del Tránsito de María el 15 de agosto; la Iglesia occidental conoce
primero la fiesta de la
Dormición de María, atestiguada para Jerusalén ya en el 430;
pero en el s. VIII se adopta la designación de Assumptio"[3].
De
gran raigambre y tradición, esta fiesta es celebrada por la Iglesia con gran
solemnidad, con oficio propio, primeras Vísperas, y lecturas para la Vigilia y para el día (de
los pocos casos que se dan en el leccionario litúrgico[4]).
Una
fiesta que Pablo VI, en Marialis Cultus, propone a los fieles desde una
perspectiva eclesial y no desde la exclusividad o tratamiento de los
privilegios marianos:
La
solemnidad del 15 de agosto celebra la gloriosa Asunción de María al cielo:
fiesta de su destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de
su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con
Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad
la imagen y la consoladora prenda de cumplimiento de la esperanza final; pues
dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho
hermanos (nº 6).
[1] S. EPIFANIO, Haer. 42.
[2] LÓPEZ MARTÍN, J., La liturgia de la Iglesia, Madrid, 1994,
pág. 277.
[3] COURTH, Franz, Asunción de María a la gloria de Dios, en BEINERT,
Diccionario de Teología Dogmática, Barcelona, 1990, pág. 74.
[4] Caso de la vigilia de Navidad, vigilia de S. Juan Bautista, vigilia de S.
Pedro y S. Pablo y ésta de la
Asunción. Las lecturas de la misa de la viglia: 1Cron
15,3-4.15-16; 16,1-2 (traslado del Arca de la Alianza); Sal 131 (“Levántate,
Señor, ven a tu mansión), 1Co 15,54-57 (“¿Dónde está muerte, tu victoria?”) y
el Evnagelio Lc 11,27-28 (María, dichosa por escuchar la Palabra de Dios y
cumplirla); las lecturas de la
Misa del día son: Ap 11,19; 12,1-6a 10ab (“Una mujer vestida
del sol”), Sal 44 (“De pie a tu derecha está la reina”), 1Co 15,20-26 (“Cristo
ha resucitado, primicia de todos los que han mnuerto”) y Lc 1,39-56 (“Me
felicitarán todas las generaciones”).
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