Los
sacramentos son preciosos y humildes tesoros[1],
dones del Señor, que se nos dan para vivir en gracia, para santificarnos. No
los tomamos por nosotros mismos, se nos dispensan, se nos entregan, para que
los recibamos como un Don.
La
santa liturgia por ello tiene como protagonista central a Jesucristo que nos
comunica, por su Misterio pascual, su propia vida, y por protagonista también al
Espíritu Santo, que se derrama abundantemente en cada sacramento con gracias y
efectos distintos. Todo en la liturgia debe estar al servicio de ese
protagonismo central de Jesucristo y del Espíritu Santo, cediendo a la
tentación de usurparlo.
El
peligro ya difundido es querer hacer de la liturgia un acto, con tono
catequético, lúdico, distraído, donde al final es la propia comunidad la que se
celebra a sí misma; es el hombre el que se pone en el centro de la liturgia,
desplazando a Cristo y su Espíritu. Eso se muestra cuando la liturgia olvida su
sacralidad, devoción, espiritualidad, y adopta las formas de fiesta humana, de
intervenciones, de creatividad, sin un hondo espíritu religioso, de fe, de
adoración. “No hay
que dar por descontada nuestra fe. Hoy existe el peligro de una secularización
que se infiltra incluso dentro de la Iglesia y que puede traducirse en un culto
eucarístico formal y vacío, en celebraciones sin la participación del corazón
que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia” (Benedicto XVI, Hom.
en el Corpus Christi, 11-junio-2009).
Centro
de la liturgia y autor indiscutible es Jesucristo y su Espíritu Santo, y debe
ser bien visible; el pueblo cristiano reconoce su señorío y, con estupor,
contempla cómo se da en cada sacramento.
Podríamos
hacer un repaso de algunos sacramentos para reconocer en qué y cómo participan
quienes los están recibiendo.
a) Iniciación cristiana de adultos
Bautismo
de adultos: ¿cómo participan los “electi” que van a ser bautizados? ¿Tal vez
haciendo moniciones o proclamando lecturas o leyendo un manifiesto de compromiso?
Su modo de participación es especial y singular: realizar la renuncia al pecado
y la profesión de fe a las preguntas del Obispo, ser ungidos con el óleo de los
catecúmenos, ser bautizados, después recibir la vestidura blanca y el cirio
encendido, y finalmente, ya en el presbiterio, ser crismados para recibir el
Espíritu Santo en la Confirmación.
Entonces,
terminados los ritos bautismales, comienza la oración universal, normalmente
dirigida por un diácono (ese es oficio propio del diácono) proponiendo las
intenciones y todos los fieles oran a cada intención. Es oficio sacerdotal por
el bautismo y los ya neófitos “participan por primera vez”[2], no
en el sentido de que lean ellos cada intención, sino orando juntos como
cristianos sacerdotes a aquello que el diácono propone. Su participación, como
la de los demás fieles, es orar e interceder, rezando o cantando la respuesta
de cada petición.
Finalmente,
participan aportando el pan y el vino que presentan al Obispo como materia para
el sacrificio eucarístico, y sólo pan y vino, todo el pan y vino necesarios
para la comunión, excluyendo –como sabemos- esa innovación extraña de ofrendas
simbólicas con moniciones explicativas. “Mientras se entona el canto para la
presentación de dones, es oportuno que algunos neófitos lleven al altar el pan,
el vino y el agua para la celebración de la Eucaristía” (CE 428; RICA 232). “Es
conveniente que el pan y el vino sean presentados por los neófitos, o, si son
niños, por sus padres o padrinos” (CE 370). Finalmente, ese día, “es
conveniente que los neófitos reciban la sagrada Comunión bajo las dos especies”
(ibíd.), ya que esa es la plena participación[3].
b) Confirmación
En
el sacramento de la Confirmación, el modo de participar de los confirmandos es
ser confirmados, recibir la Crismación de manos del Obispo. Parece evidente, y
sin embargo, la praxis pastoral-litúrgica no lo ve tan evidente. Quien va a ser
confirmado tiene su modo propio, especialísimo y único de participar: son
llamados y presentados al Obispo después del evangelio y antes de la homilía
(CE 461), y tras la homilía renuevan los compromisos bautismales (CE 463)
interrogados por el Obispo; oran intensamente mientras el Obispo impone las
manos al recitar la oración “Dios todopoderoso” pidiendo el Espíritu Santo, y
participan recibiendo la crismación en la frente. Ese modo de participación es
único y excelente: reciben de Dios, oran a Dios, son sellados por Dios.
El
Ritual permite que ese día las intenciones para la oración de los fieles, las
proponga uno de los confirmandos: “el diácono, o bien un ministro (o uno de los
confirmandos) añade las siguientes peticiones…” (RC 35)[4].
En
ese día “mientras se canta el canto de la presentación de dones, algunos
confirmados oportunamente llevan el pan, el vino y el agua para celebrar la
Eucaristía” (CE 470[5]) –de nuevo se repite lo de
siempre: un canto procesional, ninguna monición explicativa y aportar la
materia del sacrificio eucarístico sin inventar ofrendas simbólicas para que
suban más confirmandos al presbiterio-. Especial importancia tiene “la
recitación de la oración dominical (Padre nuestro), que hacen los confirmandos
juntamente con el pueblo… porque es el Espíritu el que ora en nosotros, y el
cristiano en el Espíritu dice: ‘Abba, Padre’” (RC 13): se subrayará
oportunamente tanto en la catequesis previa como en la monición sacerdotal.
“Los confirmados, sus padrinos, sus padres, los catequistas y los familiares
pueden recibir la Comunión bajo las dos especies” (CE 470).
c) Primeras comuniones
Algo
similar a lo anterior deberíamos entender para las llamadas “primeras
comuniones”, situadas en la infancia cuando aún no han recibido siquiera el
sacramento de la Confirmación. Los niños participan a su modo propio, es decir,
uniéndose a Cristo y recibiéndole por primera vez en el Sacramento eucarístico:
así participan plenamente. Podrán –como los neófitos o los confirmandos-
aportar la materia del sacrificio, presentando el pan y el vino (toda la
cantidad necesaria que haya que consagrar), sin tener que añadir ofrendas
superfluas, “simbólicas” con la excusa de que todos “participen”. Mucho menos
apropiado por sentido común es que se conviertan también en lectores y
monitores entendiendo su participación en la Eucaristía como la primera vez que
comulgan y desempeñan todos los oficios y ministerios litúrgicos. Los niños
participan del modo que les es propio y único: comulgando por vez primera.
d) Matrimonio
El
sacramento del Matrimonio espera una participación real de los esposos, según
el modo propio: pronunciar el consentimiento y recibir la solemne bendición
nupcial. Los novios no van a participar más por inventar moniciones, o que lean
una poesía, o proclamen las lecturas bíblicas. Su modo propio es realizar el
consentimiento matrimonial y recibir el don del Espíritu que genera la caridad
conyugal.
Ellos,
y sólo ellos, tienen una participación especial en cuanto contrayentes:
responden al escrutinio del sacerdote “acerca de la libertad, de la fidelidad,
de la disposición para recibir y educar a los hijos” (CE 607) y pronuncian el
consentimiento. Después, como expresión de la donación mutua, la entrega de los
anillos y de las arras. “En la preparación de los dones, el esposo y la esposa
pueden llevar el pan y el vino al altar, según la oportunidad” (RM 76). Tras el
Padrenuestro, puestos de rodillas (RM 81), reciben la bendición nupcial como
una solemne plegaria de consagración, mientras oran intensamente; por último,
“los esposos, sus padres, los testigos y los familiares pueden recibir la
Comunión bajo las dos especies” (CE 612).
La
pastoral litúrgica debe permitir que, tras una sólida catequesis y mistagogia,
cada uno comprenda que participar es recibir el Sacramento como un don y que
recibiéndolo, ya participa en grado excelente. Por tanto, no hay que añadirle
más elementos buscando “participación”, sino ayudar a que vivan intensamente la
liturgia sacramental. Son distorsiones de la liturgia la mera multiplicación de
moniciones, de discursos de “acción de gracias” después de la comunión, de
ofrendas simbólicas acompasadas con moniciones. La liturgia es mucho más
pastoral: permite que vivamos santamente las cosas santas y recibamos los
humildes y preciosos sacramentos con conciencia de fe y devoción sin añadidos
superfluos.
[1] “Humildes y preciosos
sacramentos de la fe” los llama Juan Pablo II en la exh. Reconciliatio et
Paenitentia, 31, I.
[2] CE 369; cf. Misal romano, Vigilia pascual, n. 49.
[3] “Finalmente, se tiene la
celebración de la Eucaristía, en la que por primera vez este día y con pleno
derecho los neófitos toman parte, y en la cual encuentran la consumación de su
iniciación cristiana. Porque en esta Eucaristía los neófitos, llegados a la
dignidad del sacerdocio real, toman parte activa en la oración de los fieles, y
en cuanto sea posible en el rito de llevar las ofrendas al altar; con toda la
comunidad participan en la acción del sacrificio y recitan la Oración
dominical, en la cual hacen patente el espíritu de adopción filial, recibido en
el Bautismo. Finalmente, al comulgar el Cuerpo entregado por nosotros y la
Sangre derramada también por nosotros, ratifican los dones recibidos y
pregustan los eternos” (RICA 36).
[4] La rúbrica no puede ser
más un interesante: “un” diácono, o bien “un” ministro o “uno” de los
confirmandos, no un lector distinto por petición, ni un confirmado por
petición. Solamente un lector.
[5] “Algunos de los
confirmados pueden llevar al altar el pan, el vino y el agua para la
Eucaristía. Mientras tanto, se puede cantar un canto apropiado” (RC 39).
Voy a contar una anécdota que sucedió en la "primera comunión" de mi hija María José. Mis hijos empezaron a hablar muy pronto y también a leer con soltura. En esa "participción" que señala vd., en la cual todos los niños tienen que hacer algo, a mi hijo mayor, cuando recibió por primera vez el sacramento de la comunión le designaron para leer. Cuando le llegó el momento de recibir el sacramento de la comunión a María José, la designaron también para leer, ella, como niña, estaba tan contenta pero ¡horror! una de las catequistas tenía una niña familiar entre los comulgados y a mi pequeña la quitaron de la noche a la mañana de leer y la atribuyeron portar una vela ¡Vaya desconsuelo! Gracias a Dios tuve la suficiente cordura para esplicarle la parábola de las virgenes prudentes y necias y se puso muy contenta. Me pregunto ¿otra madre hubiera ido a protestar? ¿Se hubiera formado un conflicto?
ResponderEliminarEsto que llamamos "participación" crea muchos celos y orgullo entre los fieles. Al revés, a otros nos horroriza; mi hijo mayor me contaba el lunes que en la playa le habían pedido que leyera una de las lecturas (cosas de ir a Misa todos los domingos y colocarse en el primer banco)y estaba preocupado por si se convertía en costumbre como la sucedió a su made en nuestra anterior parroquia.
Despierta tu poder, Señor, y ven a salvarnos (de las antífonas de Laudes)
Fe de erratas: explicarle por esplicarle
Eliminarmadre por made.
Las prisas...
Julia María:
Eliminar1) me encanta que se equivoque y tenga que añadir la "fe de erratas". Así no soy yo el único que se equivoca y necesita ser corregido por una buena amiga (jejejeje).
2) Experiencia reveladora, sin duda. Pero los niños deben entender -para eso están sacerdotes, padres y catequitas- que la Primera Comunión no es hacer cosas en la celebración, sino vivirla tranquilos y recibir la Comunión Eucarística.
3) Sí creo que hacen falta buenos lectores, buenos acólitos, buenos salmistas, etc... (aunque a veces sea un sacrificio para quien tenga que ejercerlo...), pero lo que no puede ser es identificar eso con "participar".
Un gran abrazo