La liturgia cristiana desde el
principio no sólo ha bendecido a Dios –en sus cantos e himnos- sino que también
ha pedido la bendición de Dios sobre personas o elementos distintos,
sacramentales o no, con una plegaria específica y normalmente trazando el signo
de la cruz (y a veces, también, añadiendo la aspersión con agua bendita). Al
bendecir, algo se sustrae del uso común, profano, y se pone al servicio de
Dios, como una especial dedicación entra en el ámbito divino.
Por eso la liturgia cristiana no
únicamente bendice a Dios, sino que bendice materias, elementos creados… ¡hasta
se bendice la mesa y los alimentos!
Para una “teología de la bendición”
es sumamente recomendable acudir a los Prenotandos del Bendicional.
El origen de toda bendición está en
Dios y en su infinita bondad y misericordia: “La fuente y origen de toda
bendición es Dios bendito, que está por encima de todo, el único bueno, que
hizo bien todas las cosas para colmarlas de sus bendiciones y que aun después
de la caída del hombre, continúa otorgando esas bendiciones, como un signo de
su misericordia” (Bend 1).