Como
a veces se presenta el Lavabo de las manos del sacerdote en la Misa como
consecuencia de recibir él personalmente las ofrendas al pie del altar, veamos
primero el rito de las ofrendas, la ubicación del lavabo y el modo de
realizarlo hoy según el Misal romano.
La oblación de los fieles está
documentada entre otros por san Cipriano, san Ambrosio, san Jerónimo, san
Agustín, san Cesáreo de Arlés, san Gregorio Magno y el Ordo Romanus (OR)
I.
Las Constituciones Apostólicas
establecían la materia de las ofrendas: «No se ha de llevar cualquier cosa al
altar, salvo en su época, las espigas nuevas, las uvas, también el aceite para
la santa lámpara y el incienso para el momento de la divina oblación. Las demás
cosas que se presenten sean destinadas a la casa, como presentes para el obispo
o los presbíteros, pero no para el altar» (VIII, 47,3-4 SC 336,274-276).
Sabemos por las mismas
Constituciones (VIII, 12,3) que los dones aportados por el pueblo eran llevados
por los diáconos al altar. Lo mismo decía la Tradición Apostólica: offerant diaconi
oblationes (c. 4). Las aportaciones de los fieles se convirtieron en
Occidente en una auténtica processio oblationis. Más tarde, en Roma
según atestiguan los Ordines, el traslado de los dones fue una tarea
clerical sin solemnidad especial: OR I, 69ss (OR II, 91ss).