Para responder con generosidad y con fidelidad a la
llamada de Dios es necesario "discernir" los caminos de Dios. La
Escritura nos invita:
No os acomodéis al mundo presente,
antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que
podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo
perfecto (Rm 12,2)
Examinad qué es lo que agrada al Señor y no
participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien,
denunciadlas (Ef 5,10-11).
El
cristiano se define por el "discernimiento" que hace de Cristo en la
Iglesia, ha de seguir a Cristo según la luz y la inclinación que proceden del
Espíritu Santo, en obediencia al Espíritu de Jesucristo. El juicio del hombre
no acierta a descubrir la voluntad del Señor, los sentimientos de Cristo, el
movimiento del Espíritu, sólo con el ejercicio de la reflexión puramente
intelectual.
Para
este reconocimiento de la voz de Dios es necesario liberar nuestro juicio de la
presión que sobre él ejercen nuestras propias pasiones. La dificultad que
tenemos para conocernos a nosotros mismos es también dificultad para escuchar
la llamada de Dios y para seguirla. No sospechamos hasta qué punto somos muchas
veces víctimas de nuestro afán inconsciente de afirmar nuestra personalidad,
del deseo de que los demás tengan de nosotros una determinada imagen... En el
fondo de nuestras resistencias al discernimiento espiritual hay a veces un
miedo a la verdadera libertad de los hijos de Dios y miedo a la cruz de
Jesucristo. Es resistencia a la fecundidad del Evangelio.
Se
requieren unas condiciones para el
discernimiento:
1. La fe viva en Jesucristo, presente en la
Iglesia
El
discernimiento ha de hacerse dentro de un clima de fe en la acción del Espíritu
creador que renueva la Iglesia para renovarla, pero sin sustituirla sino
valiéndose de la Iglesia misma y sin separarse de ella, porque el Espíritu
continúa actuando en la Iglesia.
2.
Buscar la verdad, buscar a Dios
El
descubrimiento pleno de la verdad suele ir precedido de una conducta que es
realización anticipada de la verdad buscada. Una actitud cristiana de
discernimiento exige buena voluntad, deseo sincero de saber exactamente lo que
el prójimo piensa, lo que quiere decir. Para ello es necesario escuchar mucho,
y escuchar con amor. Es preciso prestar atención a todo lo que hay de razonable
y de positivo en el punto de vista del otro. Es preciso reflexionar y orar.
Sólo entonces tenemos derecho a discrepar.