Abundan los testimonios de la
liturgia sobre el empleo del saludo y la respuesta.
La
celebración eucarística comenzaba directamente por el saludo del obispo (o del
sacerdote) desde la sede y la respuesta “y con tu espíritu” de los fieles para
comenzar por la liturgia de la
Palabra:
“Nos dirigimos al pueblo. Estaba la
iglesia de bote en bote. Resonaban las voces de júbilo y solamente se oían de
aquí y de allí estas palabras: “¡Gracias a Dios! ¡Bendito sea Dios!” Saludé al
pueblo y se oyó un nuevo clamor aún más ferviente. Por fin, ya en silencio, se
leyeron las lecturas de la divina Escritura” (S. Agustín, De civ. Dei,
XXII,8,22).
“La iglesia es la casa de todos.
Cuando vosotros nos habéis precedido en ella, entramos nosotros mismos… y
cuando digo: “Paz a todos”, respondéis: “Y a tu espíritu”” (S. Juan Crisóstomo,
In Mat., hom. 12,6).
Este
saludo inicial es universal. Ya trata de él el II Concilio de Braga (536), y
hemos leído testimonios de S. Agustín en el África romana y de S. Juan
Crisóstomo en Antioquía. También hallamos sus huellas en Teodoreto de Ciro, por
la zona de Siria (“éste es el inicio de la mística liturgia en todas las
iglesias”, Ep. 146), o asimismo en S. Cirilo de Alejandría (In Ioh. 20,19).
Las
Constituciones apostólicas (del siglo IV) describen el saludo del obispo antes
del beso de paz de los fieles: “Y el obispo salude a la Iglesia y diga: La paz de
Dios con todos vosotros; y el pueblo responda: y con tu espíritu” (L. 8, c. 12,
n. 7; c. 13, n.1).