Prosiguiendo la catequesis de interpretación y lectura espiritual de los salmos, llegamos hoy a un salmo que es una pequeña perla dentro del salterio, el salmo 150, el último de los salmos. Forma parte del grupo de los salmos “Laudate”, porque estos salmos invitan a la alabanza, o “aleluyáticos”, que también se llaman, porque aunque nosotros traducimos por “alabadlo”, en el original se emplea la palabra “Aleluya”.
Este salmo es la corona de todo el libro de los Salmos, del Salterio entero. Representa este salmo el colofón de la alabanza, cerrando el Salterio con un cántico de grandeza proclamando las maravillas de Dios, y, por tanto, al contemplar la gran obra de Dios y contemplar a Dios mismo que se nos da en Cristo, la respuesta es la alabanza y la adoración.
“Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento,
alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza”.
Estas son las obras magníficas: la creación, la encarnación del Verbo, la pasión y la muerte porque es la obra de nuestra salvación, el descenso a los infiernos, la resurrección, la ascensión Pentecostés, el nacimiento de la Iglesia. ¡Son magníficas las obras de Dios! “Alabadlo por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza”. Dios es grande, Dios es un Misterio, Dios es el Misterio; podemos conocer algo de Dios pero siempre será mayor lo que no conozcamos, mayor que nuestros pensamientos, Dios es mayor que nuestra experiencia (a veces decimos eso de “experiencia de Dios”, con un lenguaje impreciso, porque Dios sobrepasa nuestra experiencia que es muy limitada). Dios es Dios. Dios es el único Señor.
E invita a la alabanza con una serie de instrumentos. Presenta en el fondo como una sinfonía donde todos tienen algo que aportar para elevar un único canto de alabanza al Señor.
¿Cómo es esta sinfonía?
Utilizando trompetas, arpas, cítaras, tambores y danzas, trompas y flautas. Es el homenaje de la música, cuando es música de calidad –armónica, melodiosa, nada estridente, sagrada-; la música cuando es verdadera eleva el espíritu, es de las expresiones más nobles de la humanidad, de las expresiones más bellas que elevan, que trascienden. Por eso se invita a hacer una sinfonía musical, una alabanza, un único canto al Señor. “Alabadlo con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes”. El espíritu al alabar al Señor con esa música, con ese canto, se eleva pero gozando en su máxima expresión, “con platillos sonoros, con platillos vibrantes”. Nada de estar apagados, que estamos adorando al Señor.