Uno de los puntos débiles que hoy tenemos, fruto de la secularización, es la transmisión de la fe en la familia. Ésta, con la dignidad peculiar de ser "Iglesia doméstica", es el primer y habitual ámbito de educación en la fe, con la palabra y con los gestos sencillos cristianos. Los esposos han recibido para ello la gracia propia y peculiar del sacramento del Matrimonio.
Es incongruente que, después de bautizar a los hijos -a veces por motivos pintorescos, poco coherentes con la fe- se piense que la formación cristiana de los niños llegará una hora a la semana con la catequesis de primera comunión (¡caramba, para esto todos tienen prisa e interés de pronto!) y con la clase de religión... Ilusos, a veces pensamos que hacemos una gran labor con estas catequesis en las parroquias y colegios, dedicando horas, recursos y energías, sin darnos cuenta de que no servirán para nada si no está detrás el respaldo, el ambiente cálido, de la fe en la familia. Lo siento, no sirve como consuelo piadoso pensar que al menos han aprendido algo en una hora a la semana: primero porque no se trata de "aprender" (meramente el nivel nocional, por otra parte, reducido a mínimos), sino de forjar una personalidad cristiana y esto, si la familia no lo vive, no se puede lograr.
En el semanario Alfa y Omega, que siempre es interesante leer cada jueves, venía hace ya tiempo una serie de puntos sobre cómo educar a los hijos. Básicos. Lógicos, incluso. Pero ¡muy poco practicados! Decía:
Para llevar a tus hijos al cielo:
- Primero vivamos nosotros mismos una relación profunda con Dios: si damos importancia a Dios, Dios será importante para nuestros hijos.
- Procuremos no vivir solos la fe: unirnos a un grupo, a una comunidad en la que alimentarnos y vivir.
- La familia que reza unida...: los padres deben rezar juntos, y también con los hijos, todos los días.
- Sólo el amor es digno de fe: quiéreles como el Señor los quiere, y ellos darán crédito a tus palabras, y a la Suya.
- No reducir la fe a una moral: el Niño Jesús también nos quiere cuando somos malos: éste puede ser el primer encuentro de un niño con la misericordia de Dios.