martes, 14 de abril de 2015

Durante cincuenta días... (textos)

Durante cincuenta días, los de mayor solemnidad, la Iglesia está de fiesta, con un gozo espiritual inmenso, porque su Señor ha resucitado.


Son las siete semanas del tiempo pascual, vividas como un solo domingo, como si cada día fuese domingo; ahí la Iglesia desplegó su alegría, vivió el júbilo del Resucitado, oró y esperó que derramase su Espíritu Santo, y celebró estas siete semanas como si fueran ya un anticipo de la vida celestial, del futuro escatológico que Cristo resucitado ha inaugurado.

Cuando acudimos a los textos patrísticos, es decir, a la Tradición genuina de la Iglesia, descubrimos el valor que se le otorgaban a estos cincuenta días y el tono que, durante cincuenta días, mantenían los hijos de la Iglesia. Así, no sólo conocemos mejor la Tradición, sino que deseamos que la Tradición marque hoy nuestra vida, resaltando aspectos que tal vez se han ido diluyendo o perdiendo fuerza con el correr de los siglos.

Orígenes, en Alejandría, destaca el valor espiritual de estos cincuenta días pascuales, exhortando a una vida pura y santa, angélica y resucitada:

"Por otra parte, aquel que puede decir con verdad "hemos resucitado con él" y "nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos junto con Cristo", ese está celebrando sin cesar los días de pentecostés. Pero, de un modo especial, cuando sube al cenáculo, como los discípulos de Jesús, para entregarse a la plegaria y a la oración y, de este modo, hacerse digno de la fuerza del Espíritu que viene del cielo" (Contra Celso, 8,22).

La verdadera Pascua del Señor es celebrada por los fieles si éstos han experimentado el poder de su resurrección en esta vida terrena, muriendo con Él y resucitando con Él. La verdadera Pascua es una transformación del cristiano en el Señor. Los cincuenta días son celebrados viviendo de un modo nuevo, en Cristo, santificados, de manera espiritual.

Además, los días pascuales son días igualmente de plegaria, no ya penitencial, sino esperanzada, subiendo al Cenáculo hoy y hoy pidiendo la fuerza del Espíritu Santo. Reproducimos en nosotros, nos unimos al Misterio, cuando subimos con los apóstoles y la Virgen María al Cenáculo y allí aguardamos el Don del Espíritu Santo que se derrama sin medida.

En la misma Iglesia de Alejandría, san Atanasio escribe anualmente las Cartas Festales anunciando a los obispos sufragáneos la fecha en que ese año cae la Pascua. En una de esas Cartas Festales ofrece la perspectiva realmente espiritual de los cincuenta días pascuales:

"Comenzaremos el santo ayuno el día 5 de Pharmuthi [el lunes de la Semana Santa, 31 de marzo] y lo continuaremos, sin solución de continuidad, durante esos seis días santos y magníficos que son el símbolo de la creación del mundo. Pondremos fin al ayuno el día 10 del mismo Pharmuthi, el sábado de la Semana Santa, cuando despunte para nosotros el Domingo Santo el día 11 del mismo mes. A partir de ese momento, calculando siete semanas seguidas, celebraremos el día santo de pentecostés. Este fue prefigurado antiguamente entre los judíos con la fiesta de las semanas, cuando se concedía la amnistía y la remisión de las deudas: era un día de completa libertad. Siendo para nosotros ese día símbolo del mundo futuro, celebraremos el gran domingo gustando acá las arras de aquella vida futura. Cuando al fin salgamos de este mundo, entonces celebraremos la fiesta perfecta con Cristo" (Carta festal 1,10).

Aquí, en esta vida y en esta tierra, la fiesta es imperfecta; no deja de ser fiesta, desde luego, y son cincuenta días de fiesta que se han de notar en todo (en la liturgia, en el canto, en la comida, en el vestido...), pero es una fiesta imperfecta, ya que la fiesta perfecta será con el mismo Señor en persona en el cielo.

El mundo es hecho de nuevo; la creación es ahora una creación nueva: los seis días de Semana Santa son los días en que trabaja Dios haciendo la nueva creación, descansa el sábado santo y todo llega a la perfección el Primer día, el día de la Resurrección de Cristo, donde todo es nuevo. Los ayunos rigurosos de la Semana Santa, incluido el Sábado Santo que también es día de ayuno, llegan a su término con la Pascua del Señor.

Los cincuenta días concluyen con la fiesta de Pentecostés, con el Don del Espíritu Santo que nos da la libertad de los hijos de Dios. El mundo futuro se asoma a esta tierra para que lo deseemos. El Aleluya, cantado por los redimidos, tiene sabor de cielo, vida, fiesta y resurrección.

2 comentarios:

  1. Dice la entrada: “La verdadera Pascua del Señor es celebrada por los fieles si éstos han experimentado el poder de su resurrección en esta vida terrena, muriendo con Él y resucitando con Él.”

    Durante el tiempo de Pascua, los cristianos recordamos que la vida nueva iniciada con la celebración de los misterios pascuales debe perpetuarse durante toda nuestra existencia. En medio de las circunstancias ordinarias, descubrimos la presencia del Señor resucitado que nos llama a ser sus testigos.

    El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya (del responsorio breve de Laudes)

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    1. Ha resucitado de verdad. No lo hemos resucitado nosotros con nuestros sentimientos o nuestra subjetividad. Es Él mismo. Come y bebe con sus discípulos, se deja tocar...

      Es Él. Y con Él todo cambia y nuestra vida reflejará el encuentro con el Señor Resucitado.

      Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

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